Repartidores

Glovo, y más allá

La regulación de los 'riders' puede servir para otros países europeos y es potencialmente exportable también a otros ámbitos de la economía digital

Un repartidor a domicilio de la firma Glovo.

Un repartidor a domicilio de la firma Glovo. / JOAN CORTADELLAS

Paola Lo Cascio

Paola Lo Cascio

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En el momento en que se escriben estas líneas, la empresa Glovo ha aceptado negociar con los repartidores que trabajan para distribuir las comandas de sus supermercados en Barcelona, que desde el fin de semana pasado protagonizaron una huelga con amplio seguimiento.

No ha sido el primer conflicto laboral de este colectivo. Las personas que trabajan como 'riders' -que descubrimos como absolutamente esenciales durante los meses más duros de la pandemia- ya llevan tiempo movilizándose y organizándose para la mejora de sus derechos, poniendo al descubierto la realidad durísima de quienes -considerados fraudulentamente autónomos- soportan condiciones salariales y de trabajo absolutamente draconianas, que en muchos casos ponen en peligro su propia vida, como en el caso de Pujan Koirala, muerto atropellado en Barcelona en mayo de 2019.

Las movilizaciones -que han contado con obstáculos terribles, desde los intentos de las empresas de crear asociaciones de 'autónomos' que dividieran a los trabajadores hasta las amenazas de fuga de las empresas digitales- han dado sus frutos. La aprobación en mayo pasado de una regulación normativa que obliga a las plataformas no solo a contratar a los trabajadores (que tendrán por tanto cotización, vacaciones, descansos regulados, baja por enfermedad o prestación de desempleo) sino a facilitar todas las informaciones de los algoritmos que utilizan y que pueden afectar a las condiciones del trabajo, es un paso adelante significativo. No solo porque es puntera y puede servir para otros países europeos sino porque es potencialmente exportable también a otros ámbitos de la economía digital.

Sin embargo, queda mucho por hacer: el caso del conflicto de esta semana se ha generado porque Glovo esquivó la regulación delegando la contratación de los repartidores de sus supermercados a una ETT, que estipuló contractos, sí, pero con unas condiciones insostenibles. Sueldos de miseria, falta de descanso, o de acceso a las instalaciones incluso para ir al servicio entre un reparto y otro. Dicho de otra forma: la empresa aceptó la regulación subcontratando (nunca mejor dicho) la rebaja de los derechos a otro sujeto, en este caso una empresa de trabajo temporal.

Por esto la huelga de esta semana no es una huelga cualquiera, porque es un primer paso para abrir el objetivo, permitiendo ver una realidad mucho más amplia.

En primer lugar, porque se ha opuesto a dos de los grandes vectores de la degradación progresiva de los derechos de los trabajadores, que están conectados: la uberización de la economía y la temporalidad no justificada, que genera precariedad extrema. Esta huelga está impugnando de lleno esta conexión, que puede ser una de las formas de esquivar las normativas de protección que se acaban de aprobar. Y se trata de una sugerencia valiosa, para aquellas fuerzas políticas que las quieran recoger, a la hora de abordar las nuevas regulaciones laborales.

En segundo lugar, porque ha puesto bajo los focos con determinación un tema que se hizo más acuciante al menos desde la crisis de 2008 y que no es otro que la pobreza laboral, cada vez más extendida en capas amplias de la población activa, especialmente en los sectores de servicios 'nuevos'.

En tercer lugar, porque ha visto comprometidos colectivos de trabajadores autoorganizados y sindicatos mayoritarios (en este caso, CCOO, que ha acompañado la movilización). La crítica a las organizaciones tradicionales de no ser capaces de recoger y organizar la reivindicación de derechos de las personas ocupadas en las nuevas formas de trabajo ha sido una constante de los últimos lustros, y en buena parte, con razón. Esta huelga parece apuntar a que, a pesar de todas las dificultades, con un trabajo discreto pero continuo, y sobre todo con la disposición a abrirse a nuevas formas de lucha, nuevos actores y protagonismos, son posibles sinergias que pueden tener efectos significativos sobre el conjunto de la defensa de los derechos de las personas trabajadoras, en el escenario de un mercado del trabajo destinado a cambiar rápidamente y en el cual la fragmentación (y por lo tanto la dificultad de plantear reivindicaciones colectivas) es la nota dominante.

Por lo tanto, atención, porque esto va mucho más allá de Glovo.

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