COGE EL DINERO Y CORRE
Adiós, Ilaix, que te vaya bonito
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
Emilio Pérez de Rozas
Yo tenía 20 años. Nací en 1952. Estaba en tercer curso de periodismo, bueno, de Ciencias de la Información, en la Universidad Autónoma de Bellaterra. Me faltaban dos años de carrera y mi intención era pedir dos años de prórroga en el Servicio Militar para acabarla y, luego, incorporarme a filas. Tela.
Así que preparé la documentación y me presenté en el cuartel que había frente a la estación de Francia. Había una cola de mozos tremenda. Antes de entregar la documentación para solicitar esa prórroga, que siempre te concedían (la patria sabía esperar), un sargento me pidió mis datos personales y me midió: 1.56 metros.
Extendió un papel (no puedo decir que fuese un documento) sobre una mesa de parvulario y me dijo: «Que sepa que hay exceso de cupo en los nacidos en 1952; el Ejercito ha subido la talla mínima, pasando de 1.55 a 1.60 y, por tanto, le da a usted dos años para crecer. Vuelva usted dentro de dos años y si ha crecido, hará la Mili, de lo contrario se le considerará inútil total; en caso de guerra (dijo ¡guerra!, lo juro), usted no podrá ni siquiera conducir una ambulancia».
Ni un centímetro más
Llegué a casa y se lo conté a papá, que flipó. Rosario, perdón, mi hermana Ayo, la mayor de todas, me dijo «ven, ven» y me llevó al comedor. Me colocó contra la pared y, apretándome una regla de madera sobre la cabeza, trazó una línea en la pared con un lápiz. Durante dos largos años, Ayo me hacía pasar, de vez en cuando, bajo la rayita para comprobar si había crecido. No crecí ni un centímetro y eso que no hice caso a quienes me aconsejaron que caminase descalzo por la playa para detener mi crecimiento.
Pasados los dos años, volví al cuartel donde me habían medido. Seguía la cola. Me volvieron a medir y, cumpliéndose el pronóstico de Ayo, repetí mi 1.56 metros. «¡Bien!, inútil total», pensé. Juro que había gente llorando porque no podía hacer el Servicio Militar, mientras yo contenía la risa, la fiesta, para que no se me notase feliz. Volví a la mesa del parvulario donde otro sargento, no el primero, firmó y selló un documento (esta vez sí), que conservo en mi cartera y con el que he ganado multitud de cenas, porque nadie se cree que me haya salvado de ‘la mili’ por corto de talla.
El dolor de Koeman
Eso sí, el sargento, muy militar, muy de todo por la Patria, me extendió el papel y al mismo tiempo, pese a que yo mostraba una cara compungida, detectó mi alivio y felicidad, y me soltó: «No se ría, que a usted el Ejercito no le quiere ni para robar higos». Cogí el documento, llegué a casa, Ayo borró la marca de la pared del comedor de ‘la Ronda’ y aquella misma noche descorchamos una botella de cava.
Pues eso, Ilaix Moriba, que te vaya bonito. Tú, tu papá (ya rico, muy rico) y la agencia de representación a la que te confió te volverá a vender varias veces en los próximos 10 años. Ala, disfruta de tus millones, pero recuerda, el Barça no te quiere ni para robar higos. No hace falta que te despidas de Ronald Koeman, déjalo, no vale la pena.
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