BARRACA Y TANGANA

La zona de confort

Me gustan las botas negras, la Recopa de Europa y el valor doble de los goles fuera de casa, pero no sé si todo eso me gusta porque era mejor o porque me resulta más cómodo quererlo

Neymar, Mbappé y Messi, en el entrenamiento del Paris SG previo al duelo con el Reims.

Neymar, Mbappé y Messi, en el entrenamiento del Paris SG previo al duelo con el Reims. / @PSG_inside

Enrique Ballester

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Esos que dicen que debes salir de tu zona de confort qué parte de la palabra confort no entienden. A veces pienso que en la vida ya he hecho todo lo bueno que tenía que hacer, que ahora solo queda estropearlo y estropearme, tan cansado y tan viejito esperando con tibieza la hora de la muerte. La palabra más bonita del castellano es prejubilación, la adoro como a una utopía que se aleja tramposa a medida que te acercas, pero a la vez te hace avanzar en el camino y te ayuda a imaginar una meta.

Con el fútbol me pasa igual, le colgaría un cartel con el lema 'no tocar' y a todo digo 'de entrada, no'. No a las nuevas competiciones, no a los cambios en el reglamento, no a la tecnología aplicada al juego

Ese es el único cambio que mi mente aguarda con algo similar a la ilusión, la quimera de la prejubilación, porque he llegado a un punto que hasta los movimientos en el mercado de fichajes me molestan. Provocan una ligera alteración en mi paz mental, y digo ligera porque ni siquiera un terremoto en el mercado del fútbol sé vivirlo ya de manera intensa. Lucho contra esta actitud interior, pero me incomoda que las cosas no sean como las conocí, no sigan donde las encontré y no vayan hacia donde pienso que deben ir. Me incomoda pensar que ya nada es lo que era.

El 'caso Cucurella'

Con el fútbol me pasa igual, le colgaría un cartel con el lema 'no tocar' y a todo digo 'de entrada, no'. No a las nuevas competiciones, no a los cambios en el reglamento, no a la tecnología aplicada al juego. No a todo lo nuevo, como si el fútbol que nos cautivó de niños fuera entonces un fútbol original y primitivo, el fútbol auténtico y primero --no nos engañemos, que siempre hubo viejos-. Me gustan las botas negras, la Recopa de Europa y el valor doble de los goles fuera de casa, pero no sé si todo eso me gusta porque era mejor o porque me resulta más cómodo quererlo.

Quizá esto explique por qué solo hay algo mejor que la pizza: la pizza del día anterior.

La temporada pasada –lo confesé aquí- mi hijo se hizo del Getafe porque se hizo fan de Marc Cucurella. Ahora parece que Cucurella se marcha al Brighton de la Premier League inglesa. De momento no me atrevo a contárselo y es probable incluso que trate de ocultárselo por si le da pena. Le podría construir a mi hijo una realidad paralela, a lo Good Bye, Lenin!, y administrar los casi 80 partidos de Cucurella en el Getafe, semana a semana, durante un largo tiempo.

Alejarlo de la cruda realidad a base de partidos repetidos, que pienso que no se daría cuenta porque aún es súperpequeño. Serviría si le hace feliz y de paso yo podría vivir en una mentira semejante, tumbado de vuelta a mi zona de confort, esquivando la responsabilidad, siendo como era antes.

Denilson, el fichaje del verano del pueblo

Antes, ni Mbappé ni Messi ni Cristiano Ronaldo. El fichaje del verano siempre será el de Denilson en el pueblo. Nadie lo había visto jugar, por supuesto, pero todos asegurábamos que iba a ser el mejor y que ya era muy bueno. Seguíamos puntuales cada actualización del teletexto y escuchábamos los boletines horarios de la radio para conocer la última hora, nerviosos, interrumpiendo nuestros juegos.

Unos querían que Denilson fuera al Madrid y otros al Barcelona, pura ansiedad estival, y al final lo fichó el Betis. Nos pareció una auténtica fantasía, algo que no volveríamos a ver jamás, casi una burla, pero qué sé yo: luego Denilson no fue para tanto, como tantos otros fichajes, y lo que de verdad no hemos vuelto a ver son esos veranos en el pueblo, me temo. 

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