Polémica lingüística

Amor (por el catalán) que mata

Ningún dato sociolingüístico avala las razones para el pesimismo, excepto para los que creen que el catalán solo tiene garantizado su futuro si desplaza al castellano como lengua más hablada entre los propios catalanes

El artista irlandés Sean Scully.

El artista irlandés Sean Scully.

Joaquim Coll

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cada cierto tiempo, a raíz de alguna nueva encuesta, se encienden las alarmas sobre la salud del catalán, particularmente sobre el uso que hacen los jóvenes del área metropolitana, donde muchos sociolingüistas creen que se juega su futuro, lo que para algunos es tanto como decir su supervivencia. Con el catalán se reacciona de forma bipolar, o se celebran sus progresos de forma hiperbólica, o se abunda en la angustia existencial ante cualquier aparente retroceso. Esto segundo es lo que ha sucedido este agosto, a propósito de la Enquesta a la Joventut de Barcelona 2020, según la cual el porcentaje de jóvenes que tiene el catalán como lengua habitual habría caído 7 puntos desde 2015 (del 35,6 al 28,4). Sin embargo, el cambio metodológico del estudio no permite la comparación, pues antes se preguntaba solo a los empadronados en la ciudad, mientras que esta vez se ha hecho a todos aquellos que llevan viviendo como mínimo seis meses. Barcelona atrae a muchísimos jóvenes que, por estudio o trabajo, proceden de otras partes de España o del extranjero, y eso influye en que el uso del catalán sea menor que la media, lo que ya fue motivo de reflexión en 2020, al publicarse la Enquesta d’Usos Lingüístics. Entonces, algunos ya lloraron su muerte, cuando lo importante era que el catalán seguía creciendo en hablantes y progresando en cuanto a transmisión generacional. 

No dudo del amor por el catalán de los que sueñan con el monolingüismo, pero es un amor que mata porque convierte al catalán en una lengua de imposición, politizada y hasta antipática

En realidad, ningún dato sociolingüístico avala las razones para el pesimismo, excepto para los que creen que el catalán solo tiene garantizado su futuro si desplaza al castellano como lengua más hablada entre los propios catalanes y si el bilingüismo habitual deja paso al monolingüismo en la vida social, que es el deseo de las políticas lingüísticas de la Generalitat y lo que explica la terca exclusión del castellano, tanto en la administración como en la enseñanza obligatoria. Pero la realidad es tozuda y en un mundo globalizado lo que hay es más plurilinguismo, con el inglés como lengua franca. No dudo del amor por el catalán de los que sueñan con el monolingüismo, pero es un amor que mata porque convierte al catalán en una lengua de imposición, politizada y hasta antipática. Hay que desterrar ya el discurso de “salvar” al catalán, dejar de ver amenazas en cada esquina, pues afortunadamente no es una lengua en peligro de nada. Lo que toca ahora es asumir la realidad con sus limitaciones y complejidades, aceptar la riqueza del bilingüismo y cambiar unas políticas que a menudo parecen diseñadas para arrinconar al castellano en lugar de estar diseñadas desde el respeto por los derechos lingüísticos de todos los hablantes. 

Como tantas veces ha denunciado la Asamblea por una Escuela Bilingüe (AEB) es inaceptable que la Generalitat se niegue a cumplir las sentencias judiciales que obligan al 25% en castellano. El Govern sabe que la inmersión tiene seguramente los días contados gracias a la histórica sentencia del TSJC, recurrida ante el Tribunal Supremo, y que de confirmarse -probablemente en 2022- sería el varapalo definitivo a ese modelo de “solo en catalán”, lo que obligaría a que en todos los centros educativos de Catalunya se respetara un mínimo de horas en castellano. Ahora son las familias las que tienen que pelearse ante los tribunales y, aunque la justicia siempre les da la razón, eso supone un freno. En la actualidad, según la AEB, solo una treintena de escuelas imparte el 25%, mientras todos los estudios muestran que una inmensa mayoría de catalanes prefiere una escuela bilingüe. Un hecho que la Generalitat prefiere ignorar, por lo que jamás ha querido preguntar sobre ello en sus incontables encuestas porque sabe que la respuesta sería “en castellano, también”.

Un último ejemplo de la mala praxis lingüística de la Generalitat es que ahora, en septiembre, se niegue de nuevo a entregar los exámenes de la selectividad con doble enunciado, obligando a los alumnos que así lo desean a pedirlos expresamente en castellano. Luego algunos se sorprenden que artistas como Sean Scully se marchen cansados de tanto obsesión nacionalista por la lengua. 

Suscríbete para seguir leyendo