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Tercero de covid

Ni parece prudente levantar las precauciones que dieron buen resultado, ni tampoco dejar a los centros educativos sin los recursos adicionales

Clases dirigidas  con distancia y mascarilla en el CEM Les Corts

Clases dirigidas con distancia y mascarilla en el CEM Les Corts / Ricard Cugat

Las escuelas e institutos tienen ya al doblar la esquina el inicio del tercer curso bajo la amenaza de la pandemia. El primero, con una estampida que de un día para otro envió a profesores y alumnos a sus casas, les obligó a reinventar la docencia, creando sobre la marcha un modelo de educación no presencial. El esfuerzo fue meritorio, el aprendizaje ofreció valiosas lecciones y se salvó la escolarización en pleno confinamiento. Pero se mostraron los límites de este formato, y eso llevó a revalorizar los valores de la socialización en las aulas.

En el segundo curso se tomó una decisión valiente. Excepto en la universidad, y parcialmente en la secundaria obligatoria, la escuela abrió sus puertas. Otros países fueron mucho más reticentes a hacerlo, y las dudas estuvieron presentes, pero la experiencia fue un éxito. La estrategia de los grupos burbuja, con una relación casi normalizada en su interior y toda la distancia posible con las otras burbujas de la misma escuela, la ventilación de los espacios y la rutina de confinamiento de grupos y cribaje cada vez que aparecía un contagio funcionaron. No solo fue posible superar el curso con suficiencia, sino que la escuela se convirtió en un lugar más seguro que otros ámbitos de convivencia e incluso actuó en gran parte como mecanismo de rastreo, de detección y aislamiento de casos. La escuela no fue un lugar de contagio sino todo lo contrario. Todo ello fue posible gracias al esfuerzo de los profesores, convertidos en una extensión más del sistema de salud pública, y a un grado de responsabilidad por parte de alumnos y familias por el que muchos no hubiesen apostado a priori. Y gracias también al despliegue de hasta 40.000 profesores adicionales para facilitar la reorganización de los centros. 

El pasado mes de mayo se empezaron a plantear posibles medidas de alivio. Y las comunidades más reticentes al gasto en la escuela pública, evidentemente, también empezaron a poner sobre la mesa la posibilidad de desmantelar el esfuerzo hecho en dotación de personal. Pero la quinta ola lo ha cambiado todo. Ni parece prudente levantar las precauciones que dieron buen resultado en el curso pasado, ni tampoco dejar a los centros educativos sin los recursos adicionales que les permitieron adaptarse. Comunidades y ministerio deberían estar de acuerdo en ello en la reunión que mantendrán mañana para coordinar las medidas a tomar en el nuevo curso escolar. Y las familias deberían acelerar la vacunación de los adolescentes, que ha avanzado a un ritmo importante pero insuficiente durante el verano. 

Es cierto que gran parte de los escolares de secundaria estarán vacunados. Pero ni un número suficiente dispondrá de la pauta completa a tiempo, por lo menos durante el primer trimestre, ni los alumnos de 12 años de primero de ESO tienen aún la posibilidad de vacunarse, ni tampoco los de primaria. Eso debería bastar para decidir, por simple prudencia, mantener los recursos, precauciones y organización del curso anterior. Por lo menos. A un lado de la balanza está la extensión de la población vacunada, que inclina al optimismo. Al otro, la mayor capacidad de contagio de la variante delta, ante la cual aún no se ha comprobado si los protocolos anteriores en los centros escolares son suficientes, su mayor impacto en los menores y el hecho de que gran parte de la población escolar viene de un verano en que se ha relajado notablemente y con una incidencia del virus que nada tiene que ver con la del final de curso. La escuela debe estar preparada para esta prueba.