Novelas de agosto (4)

Adiós al primer verano

Jonathan Richman dice en 'That Summer Feeling', una de las canciones más bonitas sobre la estación, que la sensación veraniega, la más eufórica, te va a perseguir toda la vida (a veces, precisamente por no poder revivirla, para ponerte triste)

Jonathan Richman, compositor y cantante norteamericano

Jonathan Richman, compositor y cantante norteamericano

Miqui Otero

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Siempre hay un primer verano en que te pasan muchas cosas a las que aún no sabes poner nombre. 

'Primer amor', sin ir más lejos. La novelita perfecta de Ivan Turguénev. Un muchacho moscovita de 16 años veranea (y se aburre) en una dacha cuando llega una enigmática nueva vecina. Vladímir Petróvich ve a Zinaída Aleksándrovna y, de repente, necesitaría un desfibrilador para su corazón, aunque quizás él reclamaría un boca a boca de urgencia. 

No tiene ni idea de qué le sucede, de por qué siente lo que siente, pero el caso es que vuelve a esa casa cercana a la menor excusa. Allí, bajo un sol ruso tan tímido como él, observa a la princesa. A Zinaída siempre la rodea un enjambre de pretendientes que harían cualquier cosa por ella. De hecho, a ella le encanta jugar con ellos. “Deme su mano, clavaré en ella un alfiler, usted sentirá vergüenza, sentirá dolor, y sin embargo usted, que se precia de ser un hombre sincero, tendrá la bondad de reír”, le dice a uno que, efectivamente, dos minutos después se morderá los labios por el dolor, mientras ensayará una carcajada como de habérsele aparecido Chiquito bailando la polka. 

Vladímir, claro, no sospecha nada excesivamente malo ante jueguecitos como este. Y todo este verano, que debería invertir en estudiar para un examen, lo pasará rondando a Zinaída, que lo querrá, sí, lo típico, pero quizás no de esa manera. A lo mejor no de esa manera que tiene una palabra que Vladímir no conoce aún. A lo mejor querrá de esa manera a otra persona, quizás a la más inconveniente. 

No quiero hacer spoiler de una novela publicada en 1860, aunque recomiendo encarecidamente cada una de sus 120 páginas, por su sencillez elegante y su profundidad sin aspavientos. 

Pero sí me entretendré un momento en un detalle. El protagonista, años después, reflexionará sobre ese episodio de adolescente. “¡Oh, juventud, juventud. Nada te importa, como si te pertenecieran todos los tesoros del universo. Hasta la tristeza te resulta dulce, hasta la pena te embellece”, piensa, porque los rusos reflexionan con grandes exclamaciones incluso cuando han madurado. Y, sin embargo, concluye: “Ahora, cuando las sombras vespertinas empiezan a cernirse sobre mi vida, ¿acaso me queda algo más fresco, más entrañable, que los recuerdos de aquella tormenta pasajera?”. 

Es decir, acabara bien o mal todo aquello, hay que centrarse en lo que se sintió. No en el desenlace, sino en todo lo anterior, en la primera taquicardia, la sonrisa pionera y el deseo primerizo. Y lo mismo puede suceder con el verano. Jonathan Richman dice en 'That Summer Feeling', una de las canciones más bonitas sobre la estación, que la sensación veraniega, la más eufórica, te va a perseguir toda la vida (a veces, precisamente por no poder revivirla, para ponerte triste). Pero, querido lector, si todavía le quedan unas horas de verano, disfrútelas (si quiere, leyendo de un trago este librito encantador). Y si ya las ha agotado, no piense en su final, sino en el Grandes Éxitos de las pequeñas cosas que pudo vivir. De eso va este 'Primer amor' y esta serie de novelas veraniegas que ahora se despide con una discreta reverencia.

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