Civismo

De usar y tirar

Por razones quizás opuestas nadie quiere parecer autoritario cuando se trata de problemas de convivencia ciudadana y de los problemas que genera el actual modelo de ocio y turístico

La Guardia Urbana de Barcelona vuelve a desalojar a centenares de jóvenes de las plazas de Gràcia

La Guardia Urbana de Barcelona vuelve a desalojar a centenares de jóvenes de las plazas de Gràcia este sábado. /

Mar Calpena

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El TSJC lo ha dicho muy claro: hay que separar la limitación de derechos a la que obliga la pandemia de los problemas de orden público que esta limitación provoca. Ok, pues no entraremos aquí a valorar si el tribunal ejerce o no de epidemiólogo, y menos cuando no es difícil encontrar voces autorizadas que han hablado a favor o en contra de la medida. Les recomiendo que busquen las argumentaciones que hicieron en Twitter dos profesores de Derecho: Josep Maria Aguirre Font, de la UdG, a favor de derogarla y José Luis Martí, de la UPF, de mantenerla. Aunque sus razonamientos eran más complejos de lo que cabe resumir aquí -¡que para eso son profesores de Derecho!- uno de los principales puntos de desacuerdo radicaba en la posibilidad de articular medidas alternativas menos lesivas para los derechos fundamentales. El mismo debate se ha visto reproducido a menor escala en conversaciones públicas y privadas, y generalmente orbita en torno a la parte sanitaria de la ecuación.

Pero los problemas de civismo que la pandemia y -quizás- el toque de queda han agudizado son mucho más antiguos. Relacionándolo todo corremos el riesgo, creo, de no encarar un tema minado que evitan izquierda y derecha. Por razones quizás opuestas nadie quiere parecer autoritario cuando se trata de problemas de convivencia ciudadana y de los problemas que genera el actual modelo de ocio y turístico. Se proponen soluciones mediadas, o se dice que el ciudadano debe ser tratado como a un adulto responsable (sin explicar qué ocurre cuando no se comporta como tal), o se propone reabrir bares y ocio nocturno para paliar ruido e incivismo, pese a que el problema es muy anterior a la pandemia. El espacio público es, por definición, un espacio en conflicto, en el que cada grupo proyecta sus intereses y sus necesidades. En el caso de la Barceloneta, del Born, o de Gràcia este se está convirtiendo en propiedad de especuladores y fiesteros, que lo han conquistado mediante la ley del más fuerte, y que no tienen intención de quedarse en espacios que consideran de usar y tirar.

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