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Otro 'Gran Juego' en Afganistán

Una fotografía proporcionada por el Ministerio de Defensa británico (MOD) muestra a ciudadanos británicos y con doble nacionalidad que residen a bordo de un avión militar en el aeropuerto de Kabul.

Una fotografía proporcionada por el Ministerio de Defensa británico (MOD) muestra a ciudadanos británicos y con doble nacionalidad que residen a bordo de un avión militar en el aeropuerto de Kabul. / LPhot Ben Shread/BRITISH MINISTR

Popularizado por Rudyard Kipling en su novela 'Kim', el «Gran Juego» describe la rivalidad del Imperio británico y la Rusia de los zares en Asia Central durante el siglo XXI. Un siglo después, tras la caída de Kabul a manos de los talibanes China aparece como la potencia emergente en el nuevo juego regional, mientras la derrota de Estados Unidos vuelve a confirmar la idiosincrasia de «tumba de imperios» que se le suele atribuir a Afganistán. Mucho han cambiado las circunstancias desde el siglo XIX, pero la condición de Afganistán de «estado tapón» entre Asia Central y la India, y entre China e Irán, sigue haciendo de este país el centro de la batalla por la hegemonía que se libra en esta parte del mundo. Una condición que se ve reforzada por las riquezas en minerales decisivos para el futuro que alberga el subsuelo afgano.  

Pese a las amenazas que supone el dominio talibán para los derechos y las libertades de afganos y afganas, uno de los datos positivos de la nueva situación es que la mayoría de los países involucrados coinciden en que Afganistán no debe volver a ser santuario del terrorismo yihadista. Nadie parece interesado en la vuelta a los tiempos en los que Bin Laden se escondía en las montañas afganas, antes de recluirse en Pakistán. No solo los países de la OTAN, que libraron la guerra contra los talibanes con el objetivo prioritario de erradicar los santuarios desde los cuales se prepararon atentados contra Estados Unidos y Europa. El reconocimiento de los talibanes por parte de China estará condicionado, sin duda, a que se abstengan de promover grupos terroristas que puedan operar en la provincia de Xinjiang, de mayoría musulmana, y el apoyo de Rusia también estará sujeto, previsiblemente, a que los nuevos amos de Kabul tengan las mismas precauciones con las antiguas repúblicas soviéticas con poblaciones islámicas significativas. Es probable que incluso Pakistán, cuyos servicios de inteligencia mantuvieron complicidades con el terrorismo durante el anterior mandato talibán, les exijan ahora desterrar la presencia de Al Qaeda y el ISIS del territorio afgano. 

La victoria de los talibanes supone una oportunidad para China que contempla Afganistán como uno de los pasos de la nueva ‘Ruta de la seda’ que quiere desplegar entre Oriente y Occidente, y como una auténtica ‘Arabia Saudí del litio’, un mineral de gran valor estratégico. Si alcanza a controlar la producción afgana de litio, China será el principal productor mundial de un metal que resulta decisivo para las baterías de los celulares, los ordenadores y la industria eléctrica del automóvil. De ahí que Beijing esté interesado en la estabilidad de Afganistán, necesaria para llevar a cabo un desembarco inversor en infraestructuras, sustituyendo el papel que India asumió con los gobiernos de Hamid Karzai y AshrafGhani. El previsible acercamiento que se producirá entre China y Pakistán, para conseguir esta estabilidad, podría también atraer a Vladimir Putin que ha celebrado con alborozo la derrota de Estados Unidos y que sueña con recuperar parte de la influencia que tuvo en la región hasta finales de los años ochenta. 

Mientras Europa es el destino de los afganos que huyen en avión y lo será de los que emigren a través de Irán y Turquía, la Unión Europea parece desplazada del nuevo ‘Gran Juego’ que tiene lugar entorno a Afganistán. Como ocurre en el Mediterraneo, no parece que los europeos, que suelen ser los mayores donantes en ayudas y los mayores receptores de inmigrantes, estén en condiciones de jugar un papel determinante en la dinámica regional desencadenada por la victoria talibán.