Crisis en el país asiático

¿Qué ha salido mal en Afganistán?

Como en el caso de Irak, EEUU ha demostrado en Afganistán su capacidad de ganar las guerras y perder las posguerras

Los combatientes talibanes patrullan en Kandahar, Afganistán.

Los combatientes talibanes patrullan en Kandahar, Afganistán. / STRINGER

Ignacio Álvarez-Ossorio

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A principios de 2002, el orientalista estadounidense Bernard Lewis publicó un libro titulado ‘¿Qué ha salido mal? El choque entre el islam y el modernismo en Oriente Próximo’ en el que trataba de contextualizar los atentados del 11 de septiembre de 2001 y explicar las razones del persistente desencuentro entre Occidente y Oriente. Aunque el escenario internacional ha variado sustancialmente, es pertinente plantearse la misma pregunta para tratar de comprender el rotundo fracaso de EEUU tras dos décadas de dominación de Afganistán que se ha saldado con el retorno del movimiento talibán al poder tras la toma de Kabul.

Tras el 11-S, el presidente George W. Bush exigió al régimen talibán que expulsase a Al Qaeda de su territorio y capturase a Osama bin Laden. Ante la negativa de su máximo dirigente, el mulá Omar, EEUU intervino militarmente con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, en lo que se consideró el primer episodio de una larga y costosa guerra contra el terror que, con frecuencia, se pretendió disfrazar como intervención humanitaria para ganar el respaldo de la opinión pública. Tras descabezar al régimen talibán, la administración norteamericana se cifró como objetivos el establecimiento de un gobierno democrático, la creación de un ejército moderno y la reconstrucción de un país devastado por décadas de guerra. Ninguno de dichos objetivos parece haberse alcanzado. Peor aún: el establecimiento de un emirato islámico dirigido por el movimento talibán parece devolvernos a la casilla de salida.

Como en el caso de Irak, EEUU ha demostrado en Afganistán su capacidad de ganar las guerras, pero perder las posguerras. El Ejército norteamericano está acostumbrado a combatir contra ejércitos regulares, pero es incapaz de luchar contra guerrillas locales o grupos insurgentes que cuentan con un fuerte respaldo popular y suelen ser considerados como una resistencia legítima frente a la ocupación extranjera. EEUU y sus aliados han demostrado su desconocimiento del terreno en el que actúan y su incapacidad para ganarse el respaldo de la población local. Su apuesta prácticamente exclusiva por la fuerza militar se ha mostrado insuficiente, ya que ha pasado por alto las particularidades étnicas y tribales de la sociedad afgana.

Es lo que se deduce de una serie de informes elaborados por el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) que sacó a la luz el ‘Washington Post’. Dicha agencia fue establecida en 2008 por el Congreso norteamericano para combatir el dispendio y la malversación de una intervención militar que ha costado la friolera de 2,26 billones de dólares, gestionados prácticamente en exclusiva por el Pentágono. Una buena parte de los entrevistados coincidió en que no existía una estrategia clara y que el Ejército norteamericano carecía de un conocimiento elemental de las dinámicas políticas, sociales y económicas de Afganistán. Peor aún, el informe constata que los altos mandos han tratado sistemáticamente de dulcificar la situación sobre el terreno promoviendo informes escasamente veraces o falseados para tratar de esconder el fracaso de la intervención militar.

La sorpresiva toma de Kabul ha hecho caer, como un castillo de naipes, esta ficción. Los rebeldes talibanes, que apenas sumaban los 75.000 combatientes, han logrado imponerse sin tan siquiera combatir al Ejército regular afgano, que le cuadriplicaba en efectivos y que había sido formado por las tropas aliadas, puesto que la mayor parte de las ciudades se han rendido sin apenas presentar batalla.

Ahora el movimiento talibán tiene ante sí una tarea titánica: lograr que la administración continúe funcionando y que no se registre una huida masiva de los cuadros técnicos, lo que irremediablemente provocaría el colapso del país. De ahí que sus portavoces hayan hecho llamamientos a la reconciliación nacional y hayan anunciado la creación de un gobierno islámico inclusivo en el que estén representados los diferentes componentes de la heterogénea sociedad afgana. Queda por saber si se trata, como todo parece indicar, de una mera campaña de relaciones públicas o, por el contrario, los talibanes han extraído lecciones de su anterior experiencia de gobierno.

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