Talibanes en Navarcles
Empiezas dinamitando un par de Budas gigantes y terminas asaltando escenarios a la que un artista se sale de tu particular credo
Albert Soler
Periodista
Hay que ver la prisa que se dan los talibanes, que hace un par de días entraban en Kabul, y ayer ya estaban en Navarcles, en el corazón de Catalunya, haciendo de las suyas. Una de sus muyahidines, Morros es su gracia, interrumpió un monólogo de las fiestas del pueblo porque no se ajustaba a sus creencias, y es que empiezas dinamitando un par de budas gigantes y terminas asaltando escenarios a la que un artista se sale de tu particular credo.
La tal Morros ejercía en Navarcles de concejala de la CUP, que es la delegación catalana de los talibanes, siempre alerta para reprimir todo lo que se aleje de la fe verdadera, es decir, de la suya. Y digo «ejercía» porque poco después de su actuación de fiesta mayor dimitió de su cargo, es de suponer que avergonzada. No de su intento de censura, que eso lo lleva con orgullo la CUP, sino de haber fracasado en su propósito de echar al público contra el monologuista con su improvisada fetua. Cuando cogió el micro y pronunció su alegato mirando al respetable, lo hizo con la esperanza de que, todos a una, persiguieran con antorchas al pobre artista hasta las afueras del pueblo, en una demostración de que en Navarcles solo se puede decir o escribir lo que quieran las nenas de la CUP, guardianas de la fe.
No es que los talibanes -perdón, talibanas- de la CUP hayan inventado nada, ya los nazis acuñaron la expresión «arte degenerado» para calificar a toda expresión artística que no les gustara o -como sospecho que sucede a menudo con las nenas de la CUP- no entendieran. Llámenme raro, pero estoy educado de tal forma que, si voy al teatro y no me gusta lo que allí me cuentan, me levanto y me largo, jamás se me ocurriría interrumpir, y mucho menos tratar al resto de espectadores de deficientes mentales que necesitan que yo les explique por qué deberían estar contra el artista. Será por eso que jamás he tenido tentaciones de afiliarme a los muyahidines de la CUP, soy demasiado educado.
En su carta de dimisión, en la que por supuesto no reconoce ser una fascista totalitaria, como sería de rigor, la tal Morros anuncia que «se baja del carro». Debería haber empezado por ni siquiera subirse, todo el mundo sabe que el lugar de los burros -y burras, perdón- no está encima del carro, sino abajo, comiendo alfalfa.
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