Novelas de agosto (3)

No os caséis en verano

El verano de McCullers es la incapacidad de imaginar unas vacaciones, incluso unas vacaciones de ti misma

La escritora Carson McCullers en 1955.

La escritora Carson McCullers en 1955. / periodico

Miqui Otero

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Es un hecho que los días de vacaciones parecen los más largos del año, pero, en cambio, el verano es la estación que se hace más corta.

En verano parece que los relojes no se ponen de acuerdo, porque cada uno languidece o esprinta, remolonea o baila, a su ritmo. Quizá por eso la tercera novela de verano de esta humilde serie sea ‘Frankie y la boda’, de la enorme Carson McCullers, que sucede en tres larguísimos días estivales que parecen toda una vida y que arrancan así: “Sucedió en aquel verano verde y revuelto en que Frankie cumplió los 12 años. Aquel verano hacía mucho tiempo que Frankie no era miembro de nada: no pertenecía a ningún club ni a nada en el mundo”. 

Frankie, la protagonista, efectivamente se siente sola ese verano, sobre todo desde que se enteró de que su querido hermano había ingresado en la vida adulta, primero en el Ejército y, en tan solo unas horas, en el matrimonio. “No os caséis, no os caséis, vámonos a tomar algo”, cantan Astrud y podría haber cantado ella (que en esa época se conforma con escuchar a gente tocar blues en cobertizos). 

Ella vive, con la sirvienta negra y un primillo de seis años, en el sur de Estados Unidos, en ese lugar tan fértil para la literatura marginal y durísima, en el que todo lo que tiene boca te puede morder (incluidas las personas). Siente, decía, que a sus 12 años no pertenece a nada ni a nadie y por eso, claro, no solo está triste, sino que incluso ha coqueteado con la delincuencia. Cuando ve las típicas atracciones circenses sureñas, mujeres barbudas y hombres elefante, teme acabar siendo una de ellas.

En la cocina de su casa, intenta imaginar de qué modo podría escapar de allí para sentirse alguien o de alguien. Pero le resulta difícil. Y los días se arrastran como un mamífero con demasiado pelo que no encuentra sombra y ella deambula buscando alguna señal. Cuando piensa en su hermano (por cierto, llamado Jarvis, algo que convirtió la novela en una de las favoritas del cantante y líder de Pulp Jarvis Cocker) y en su inminente cuñada, “le entristece, sobre todo, saber que ellos son ellos y están los dos juntos y ella no es más que ella y está separada y sola”. 

El verano es, aquí, una jaula y una condena de la que querrá librarse, incluso cambiándose de nombre (para intentar mudar de vida) hasta tres veces en tres días. El verano de McCullers, que se supo al nivel de (o mejor que) Faulkner, que tuvo una vida de novela atravesada por mil enfermedades gravísimas, no es unas vacaciones canceladas, sino la incapacidad de imaginar unas vacaciones, incluso unas vacaciones de ti misma, de lo que te ha tocado ser. 

Hay quien dice que en esta novela no pasa nada, pero a veces las novelas explican todo lo que pasa cuando parece que no pasa nada. Y a Frankie le sucede de todo durante esos tres días de boda a la vista. Esos tres días en los que quizá encuentre una salida o la ruta que tome trace cuatro curvas y la devuelva al sitio en el que no quiere estar. Hay veranos de los que uno quiere escapar, pero los días se estiran demasiado e incluso parece que este calor no va a aflojar jamás. 

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