El pregón de las fiestas

Chicharras en una plaza de Gràcia

No deja de resultar hiriente que quien no cesa de reiterar “lo volveremos a hacer” reparta magnanimidad y exhorte a rebajar los ánimos previamente exaltados

Jordi Cuixart y Ada Colau durante el pregón de las Fiestas de Gràcia

Jordi Cuixart y Ada Colau durante el pregón de las Fiestas de Gràcia / Joan Mateu Parra

Emma Riverola

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Sábado 14 de agosto. Jordi Cuixart acaba de pronunciar el pregón de las fiestas de Gràcia, Ada Colau trata de tomar la palabra y los abucheos le impiden continuar. Ante la situación evidentemente incómoda y las lágrimas –aún más incómodas– que la alcaldesa no puede reprimir, Cuixart toma de nuevo el micrófono en auxilio de Colau. “Nos queremos todos mucho. Esto va de luchas compartidas, esto va de sumar, de ser más. Tras tres años y ocho meses de prisión os quiero pedir una cosa: escuchar (…) Formamos parte del mismo pueblo. No nos dejemos dividir porque lo que querría el Estado español es dividirnos”. La escena apenas dura 20 segundos, pero da para mucho.

El gesto de Cuixart será bienintencionado, fruto de esa vehemencia redentora que le caracteriza, pero lo cierto es que chirría en la forma y aún más en el fondo. Ninguna mujer, menos aún una alcaldesa, necesita caballeros que pretendan salvarla en público de los dragones de la furia. Y nadie en Catalunya debería necesitar amparo en pro de no se sabe qué lucha compartida. Luchas hay muchas y, demasiadas veces, el ‘procés’ silenció todas aquellas que no estaban envueltas en la ‘estelada’. Ese mismo movimiento que bajo el lema de ‘un sol poble’ trató (y trata) como ajenos a todos aquellos ciudadanos que no comulgan con el independentismo. Cuixart tiene memoria de sus más de tres años de prisión. También la tienen quienes llevan casi 10 años sintiéndose ninguneados por una supuesta voluntad del pueblo que les excluye. Simbólicamente, no deja de resultar hiriente que quien no cesa de reiterar “lo volveremos a hacer” reparta magnanimidad y exhorte a rebajar los ánimos previamente exaltados.

Después de la apasionada intervención del presidente de Òmnium Cultural, Colau recobra el micro. Los abucheos no ceden, pero ella sigue adelante e hilvana el discurso. ¿Hubiera sido mejor rechazar la ayuda de Cuixart? Sí, por supuesto. Para no ser defendida en los términos que el activista utilizó y para mostrar un mayor dominio sobre la situación. No hay nada malo en derramar unas lágrimas, pero no es necesario celebrarlas en todas las ocasiones. Simplemente cabe sobreponerse a ellas. Los abucheos eran tan fáciles de prever como el canto de las chicharras en el tórrido agosto. Hace mucho que a un sector del independentismo se le ha puesto cara de perro. Antipático, censor, intransigente e, indiscutiblemente, pagado de sí mismo. Estaba escrito que no iba a desaprovechar la oportunidad de exhibir su adoración a Cuixart y su aversión desmedida a Colau.

En política, y en casi todo, ni te va a querer todo el mundo ni hay que esperar el agradecimiento por tus esfuerzos. Lo posible, lo conveniente no siempre es lo más fácil ni lo más popular. Es obvio y, sin embargo, crece la fragilidad ante la crítica, como si hubiera necesidad de sumar ‘likes’ en la vida real. La empatía es imprescindible en un buen gobernante. También la firmeza. Y estudiar previamente el escenario para evitar tormentas de verano.

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