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Una Liga en horas bajas

La Superliga y la Liga Impulso son dos intentos de salir de la crisis que responden a necesidades e intereses difíciles de conciliar. Pero el cisma no lleva a nada

Tebas, en un acto de la Liga en Madrid.

Tebas, en un acto de la Liga en Madrid. / / EFE / BALLESTEROS

Ha regresado el fútbol a los estadios españoles, sin Messi, con público –pero menos–, con las tensiones entre la Liga, la RFEF y los clubs grandes y pequeños en un punto álgido y con todos los clubs haciendo malabares para cuadrar sus cuentas tras el inmenso roto que ha supuesto la pandemia. Los más saneados, practicando ejercicios de austeridad extrema. A los que les estalló la crisis con una deuda desproporcionada y una estructura de gasto que ya era insostenible, balanceándose al borde del abismo. El mercado de fichajes ha oscilado entre el bloqueo y la hemorragia de talento. 

En el panorama internacional, es evidente que la Liga española ha perdido competitividad. A la hora de retener y de atraer a los grandes nombres que garantizan resultados, espectáculo e ingresos extradeportivos y a la de comparecer como grandes favoritos en los grandes torneos continentales.

Ese fue precisamente uno de los argumentos del Real Madrid y el Barça para impulsar la Superliga, una competición con capacidad para ofrecer más espectáculo y generar más recursos pero con númerus clausus y controlada por los clubs fundadores. Al margen de las nada ejemplares estructuras del fútbol europeo pero también fuera del alcance de otros clubs que en el futuro pudieran dar saltos de calidad por méritos deportivos y de gestión. También argumentaron sus impulsores la necesidad de mantener la atención de una audiencia joven cada vez más desinteresada. Y, se debería añadir, la de los aficionados que aún está por ver hasta qué punto retornarán después de la desconexión emocional que ha supuesto tanto tiempo con los estadios cerrados.

Esa es la solución que ambicionan, y a la que no renuncian, los dos grandes clubs españoles, necesitados de recursos para seguir compitiendo con los equipos propiedad de magnates internacionales o petromonarquías del Golfo. Pero la Superliga no aparece como una respuesta válida para la crisis que viven, cada uno en su dimensión, el resto de clubes profesionales que han dado su apoyo al acuerdo financiero pergeñado desde la Liga por Javier Tebas. Un contrato con un fondo de inversión que les garantiza un reparto generalizado de recursos para salir dignamente del paso esta temporada e incluso embarcarse en inversiones para la modernización digital, comercial y de sus instalaciones deportivas. Sus necesidades hacen que hayan decidido dar por buenos los cálculos, presentados por los responsables del acuerdo bautizado como Liga Impulso, que sostienen que un crecimiento futuro compensará el compromiso asumido de devolver el dinero recibido en forma de préstamo a lo largo de 40 años y renunciar a una décima parte de los futuros beneficios del negocio. Un crecimiento que no deja de ser hipotético y puede ser tanto una apuesta ganadora como una hipoteca costosa. Así pues, la Liga Impulso tampoco aparece como una alternativa atractiva para clubes, como el Real Madrid y el Barça, que creen que una vez restañadas sus vías de agua tienen una mayor capacidad de desarrollo y quieren mantener su autonomía para explotarla.

Son dos proyectos que responden a necesidades y visiones de futuro distintas y que tal como están planteados actualmente son de difícil conciliación. Mientras, el cisma en el fútbol español se sigue ensanchando: justo lo contrario de lo que sería necesario para salvar su futuro: un acuerdo que aún no se entrevé no solo por la divergencia de intereses sino por las tensiones irreconciliables entre quienes deberían protagonizar este .acercamiento.