Violencia irracional

Patear una cabeza

Porque no me gusta tu aspecto físico, porque desprecio tu orientación sexual, porque me burlo de tus discapacidades… Al fin, ortigas bajo la piel, ácido en la sangre, veneno en el cerebro

Paliza de un grupo a un joven en un parque de Amorebieta, Vizcaya

Paliza de un grupo a un joven en un parque de Amorebieta, Vizcaya / CAPTURA VIDEO CODIGO POLICIAL

Emma Riverola

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Un pie y una cabeza. La furia desatada a un lado, el terror desbocado al otro. También nosotros. La sociedad entera constreñida en ese mínimo espacio. Todos los fracasos. Todos los laberintos en los que nos hemos perdido, incapaces de evitar unos estallidos de violencia incomprensibles. Inconcebibles. Excusas que se visten de motivos. Porque no me gusta tu aspecto físico, porque desprecio tu orientación sexual, porque me burlo de tus discapacidades… Al fin, ortigas bajo la piel, ácido en la sangre, veneno en el cerebro. Y un pie que se lanza a patear.

Solo si se abandona la humanidad, si se desechan los ropajes de lo más básico, del bien y el mal aprendidos en cuentos, fábulas y moralejas, se puede llegar a ese punto. No sé qué pasa por la mente para cometer esa aberración. No sé cuántos vacíos contiene ese impulso. Cuántas desconexiones. Despegados del valor de una vida humana. Del sentido de la realidad. De la capacidad de comprender las consecuencias. Cólera por encima de todo. Y quizá un poder que solo se siente a través de la violencia. Quebrar la debilidad para sentirse fuerte. ¿Hay algo más trascendental que decidir sobre la vida y la muerte?

Ser dios por un instante. El dios de la venganza y el odio. Creerse impune. Ciegamente impune. Ni siquiera pensar en la dificultad de pasar desapercibido, de no ser reconocido en unas calles pobladas de cámaras. Nada importa, excepto ese pateo. Como el personaje loco de una película, como el engendro de un videojuego. Ni la policía intimida. El Ministerio del Interior cambiará el protocolo de abordaje policial de la violencia juvenil con que se están encontrando las patrullas de seguridad ciudadana en parque y botellones. Grandes grupos de jóvenes atacándose entre ellos o cargando contra la policía. Una violencia que huele a viejo. A aluvión de frustraciones. A vida sentida y reivindicada desde los márgenes. A pérdida de conciencia individual. Un pie que es del grupo y una cabeza… que ya no es nada. Nuestro laberinto.

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