Arrastrando los pies y el dolor
'Girona, 1939: porta de l’exili' nos muestra a una ciudad enferma, muerta, negra, "helada por la inminencia de su ocupación"
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Uno de los libros de historia más interesantes de los que se han publicado en este 2021 es una recopilación de textos, editada por Joaquim Nadal, sobre los últimos días de la Girona republicana y de la Guerra Civil, sobre la huida hacia Francia y la entrada de las tropas facciosas en la capital. Es un libro "tributario", como dice el propio Nadal, de "la aportación pionera de Maria Campillo", que ya había recogido -también en la editorial L'Avenç, como este 'Girona, 1939: porta de l’exili'- materiales literarios, memorias y confesiones de la debacle y el derrumbe de todo un país. La aportación singular de Nadal es que cierra el foco, lo fija en un microcosmos concentrado en un espacio reducido, y detiene la mirada en una pequeña ciudad de provincias que se convierte, durante unos días -desde mediados de enero hasta el 4 de febrero de 1939-, en una auténtica comedia humana, una congregación de individuos que viven en la raya de la desesperación, un universo donde se mezclan la abyección y el honor, el horror y la esperanza, la inminencia de un final y la dignidad o la mezquindad con que, unos y otros, viven este final.
Es "un libro muy triste", dice Nadal, "que encoge el corazón" y que, al mismo tiempo, se lee como si el lector fuera el personaje de aquella película de Woody Allen en la que entraba y salía del film que se proyectaba en una sala y acababa protagonizando la ficción desde su condición de espectador. Somos espectadores, pues, pero a la vez nos adentramos en aquellos meses terribles, a partir de la fragmentación de las experiencias que vivieron los exiliados. Y compartimos aquel sufrimiento y asistimos a la altivez tacaña de quienes hacen valer su condición “de intelectuales" para tener un trato mejor y al éxodo de un pueblo, "la gran caravana de desvalidos y desamparados que van desfilando penosamente por los arcenes de los caminos y las carreteras, arrastrando los pies y el dolor", como escribe Nadal.
Devastación y muerte
La condición de los hombres se demuestra en circunstancias tan adversas como aquellas. Momentos de devastación y de muerte, sin saber a dónde ir, inmersos en un desorden fenomenal, luchando por sobrevivir, "con personas amontonadas bajo los porches, en las escaleras de la Catedral" -escribía Benguerel- "como una corriente de lava: era angustioso, asfixiante, desolador". Comprendieron que había que vivir, pero carcomidos por una inmovilidad de cuerpos "y ojos perdidos, sin lágrimas que entelaran con una membrana piadosa las pupilas perdidas", como evocaba Trabal, poco antes de morir, él mismo, de tristeza en el exilio de Chile. Y, en la víspera de la oscuridad, débiles rayos de luz: "En medio de un naufragio de amistad", dice Rovira i Virgili, hay "desconocidos que se comportan bellamente". La Girona de aquellos días era una ciudad enferma, muerta, negra, "helada por la inminencia de su ocupación". Era "un manicomio", como recuerda Teresa Pàmies.
La virtud más destacada de 'Girona, 1939: porta de l’exili' es que provoca un sentimiento de angustia compartida (y de desprecio e indignación, cuando se leen los ditirambos fascistas tras la victoria militar), pero, al mismo tiempo , en esta descripción impresionista de la ruina (también la moral), se nos habla de un retorno. Del regreso de unas voces que, aún ahora, nos interpelan.
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