APUNTE

Nuestro psicodrama

Messi se despide del Barça llorando

Messi se despide del Barça llorando / JORDI COTRINA

Albert Guasch

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En este psicodrama barcelonista, de entrada nadie pierde más que Leo Messi. Las abundantes lágrimas lo constatan. Tiene que cerrar su casa de Castelldefels, pasar el mal trago de comunicar a sus hijos que se van, que tienen que cambiar de colegio y amigos, y rehacer una vida que les gustaba. El club, pese a todos los sinsabores, era su zona de confort y un amor incuestionable. Encima le habían traído al colega Agüero, quien por cierto se apunta la primera lesión ya. Y, de repente, todo hizo ‘boom’. El impacto, agravado por el factor sorpresa, le ha dejado abatido. 

Messi se recompondrá. Seguramente antes que su familia. En el PSG, ya se vio en la foto de Ibiza, tiene un buen ‘rat pack’. Futbolísticamente es una apuesta estupenda. Dispone de la oportunidad de recuperar el título liguero que el club parisino dejó el escapar la temporada pasada y ponerse al frente del desafío de conquistar la escurridiza Champions. Con Neymar y Mbappé no ha bastado. Y sí, le podrán pagar a la altura de su estatus de número uno.

Más cuestionable es el futuro inmediato del equipo azulgrana. El club, ya se sabe, está hecho cenizas. ¿Se recompondrá un equipo acostumbrado a girar sobre el mismo eje durante tantos y tantos años? Mal presagio cuando al entrenador se le adivina compungido. Lo iremos viendo. Toca poner andamios y reconstruir.

Un muro

Pero no miremos aún adelante. La partida de Messi debía suceder, ya más pronto que tarde, pero es obvio que nadie la imaginó así. Quizás las lágrimas, aunque sin tanto desgarro. Se marcha sin la adoración popular desde las gradas que merece. Y se marcha con una fractura inesperada, la fractura con el presidente carismático, que se representó de forma implícita, sin la vulgaridad de los reproches, pero con el dramatismo de la frialdad. Uno en el estrado y el otro, en la primera fila, tan cerca y a la vez tan alejados. 

Un muro parece haberse elevado entre ellos, producto de una decepción inesperada, de una ilusión construida sobre cálculos fantasiosos, sobre promesas que no se han podido cumplir. Messi se va con el misterio de una intrahistoria oscura, tan habituales en las sombras del Camp Nou, y la certeza de que el club realmente es una ruina. Quizá va siendo hora que los demás jugadores se den cuenta también. 

Se va el futbolista de nuestras vidas. No hace falta llorar para hacerse cargo de la dimensión del psicodrama.