La tribuna

El segundo adiós de Messi

Este es aún más doloroso. La primera vez se quería ir y tuvo que quedarse; ahora se quería quedar y el club se ve obligado a dejarle marchar

Messi, el pasado 11 de mayo en el encuentro ante el Levante en València.

Messi, el pasado 11 de mayo en el encuentro ante el Levante en València. / Reuters / Pablo Morano

Jordi Puntí

Jordi Puntí

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Este artículo ya lo vivimos y sentimos hace casi un año, cuando Messi mandó el burofax a las oficinas del FC Barcelona para dar por terminado su contrato. Messi se va, decíamos incrédulos, y enseguida nos pusimos a recordar sus grandes proezas, sus títulos, sus goles -toda esa memoria sentimental que compartimos desde hace dos décadas-. Luego vino la entrevista en que se sinceraba en chancletas, desde su casa, y aceptaba que tenía que quedarse para no perjudicar al club. Se puede creer, pues, que todo aquello era un ensayo general de su adiós, y en esta hora difícil deberíamos estar más que preparados, pero en realidad es todo lo contrario.

La dimisión de Josep M. Bartomeu y las elecciones que hicieron presidente a Joan Laporta tuvieron quizás un efecto balsámico, acentuado por la languidez del fútbol durante la pandemia, sin público, pero ahora sabemos que solo era una pausa en la larga agonía. A la postre la decisión que entonces se vio obligado a tomar Messi nos dio esperanzas, y poco a poco encontramos argumentos sociales, familiares y deportivos -todo menos económicos- para convencernos de que, una vez terminado el contrato, no se iba a mover de Barcelona y lo renovaría fácilmente. Por eso este segundo adiós es aún más doloroso. La primera vez se quería ir y tuvo que quedarse; ahora se quería quedar y el club se ve obligado a dejarle marchar.

En esa primera ocasión, el enemigo era interior: la "calamitosa" gestión económica de la anterior junta directiva. Según se desprende de la rueda de prensa de Joan Laporta, ahora se le añade un enemigo exterior: a las consecuencias de una serie de fichajes desastrosos y poco rentables por parte de Bartomeu & Cía, se suma La Liga, que con su rígido fair play financiero impide que el FC Barcelona pueda cuadrar unos números saludables con Messi en la plantilla. Entendemos también que aquí el malo de la película, quien separa los destinos de Barça y Messi, es Javier Tebas, quien quería aprovechar el río revuelto para ayudar a su manera, imponiendo un contrato a 50 años con un fondo de inversión, cuya letra pequeña nos dice que podría ser pan para hoy y hambre para mañana. Aunque no la pronunciara Laporta, la palabra 'chantaje' sobrevoló la sala de prensa.

Su ausencia será como si estuviéramos condenados a jugar siempre con 10, pese a que en el campo veamos 11 camisetas blaugranas

   

Si pasan los días y se confirma su salida, lo que nos queda a los aficionados son el duelo y el vacío

A todo esto, Messi lleva 38 días sin pertenecer a ningún un club. Es una sensación que no conocía desde que llegó con 13 años al Barcelona, y probablemente se sienta desnudo sin una camiseta que le represente más allá de Argentina. Habrá que ver la prisa que tiene por vestirse de nuevo. Habrá qué ver también si, cuando por fin hable como jugador libre, su versión coincide con la del club. El cruce de intereses que provoca la situación afecta a muchas personas e instituciones, incluidos los compañeros de Messi en el Barça (con sus sueldos y sus egos y su futuro en entredicho).

Entretanto, los ingenuos y los optimistas todavía pueden creer que este drama shakespeariano está en el cuarto acto, y queda un quinto por resolver -quién sabe si a favor del Barça-, en el que alguien da con la fórmula para que Messi se quede con menos sueldo (o con una cifra simbólica) y entonces su tercer adiós, el definitivo, no llegaría hasta dentro de dos años, tal como estaba previsto en el contrato que ya habían acordado con el club.

Si, por el contrario, pasan los días y se confirma su salida, lo que nos queda a los aficionados son el duelo y el vacío. En primer lugar, está la responsabilidad moral de despedirle como se merece, de recordarle que incluso en el presente es historia viva del club y aquí es donde debe terminar su carrera, vaya donde vaya ahora. En cuanto al duelo por su ausencia, llevamos tiempo ensayando: la propia esencia de su juego, tan omnipresente y decisiva, hace que los culés nos hayamos planteado muchas veces como será el fútbol cuando Messi ya no juegue -y más concretamente, cuando ya no juegue en el Barça-. El misterio es cuánto tardaremos en superar su ausencia, en dejarle de buscar sobre el campo. Yo me imagino que será algo parecido a ese dolor fantasma que sienten los amputados, como si nos hubieran cortado una extremidad: su ausencia será como si estuviéramos condenados a jugar siempre con diez, pese a que en el campo veamos once camisetas blaugranas. Nunca será lo mismo.

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