La revolución de mentira

Crónicas del exilio en Cala Montgó (3)

En Catalunya, hasta el más tonto ha sabido desde el inicio que lo de la independencia va de repartirse cargos y sueldos, pero Cotarelo, pobre hombre, igual de verdad creyó en el lacismo

Ramón Cotarelo.

Ramón Cotarelo. / periodico

Albert Soler

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Sigo en el exilio. La dureza de la vida de todo exiliado (verbigracia, el Vivales) la suaviza que llevo vistas más nalgas hoy que en los 57 veranos anteriores, benditas sean las modas en vestidos de baño. Incluso creo ver, no lejos de mi porción de arena, a Cotarelo en tanga, hasta que advierto con alivio que no, que se trata de una viejecita empeñada en demostrar que las modas no son solo cosa de jovencitas.

Me parece ver a Cotarelo en todas partes, ya saben, el de ‘Cotarelo y Talegón contra el gang del Chicharrón’, desde que hace unos días publicó un artículo acusando a todos los políticos lacistas de pensar más en su beneficio que en la independencia. Pobre hombre, da un poco de pena, igual de verdad creyó en el lacismo. Llegó de Madrid, donde ya no era más que un viejo dinosaurio de quien se apartaba todo el mundo por terror a que el muy pelmazo contara sus viejas batallitas de siempre, pensando que conocía a los catalanes.

-He ahí una revolución. Esta es la mía. Por fin pasaré a la historia.

A la vejez, revoluciones. Qué poco sabía de los catalanes. Sea usted todo un catedrático, codéese usted con lo más granado de la política, para quedar como un cateto nada más apearse del tren en Barcelona-Sants. Lo imagino con boina y una cesta de donde asoma una gallina, preguntando al mozo de estación por donde se llega a la revolución.

-Tire usted a la derecha, siempre a la derecha, y en 18 meses habrá llegado, no tiene pérdida.

En Catalunya, hasta el más tonto ha sabido desde el inicio que eso va de repartirse cargos y sueldos, pero claro, esos de la capital se creen más listos que nadie, igual piensan que vamos a arriesgar nuestro nivel de vida para que un madrileño pueda jugar a ser Lord Byron en la Costa Brava en lugar de en el mar Egeo. Anda ya, Cotarelo.

Le habrá ayudado a caerse del guindo –habrá sido todo un empujón– el no haber accedido a carguito alguno, que ya está bien, que el tipo venga esforzarse a escribir tuits en catalán esperando que la lluvia diaria de puestos bien remunerados le moje ni que sea la coleta, y nada. Así no hay forma de que uno se tome en serio el ‘procés’. Hasta el último friki consigue un puesto en una embajada o en una lista electoral, y el fiel Cotarelo debe mendigar incluso apariciones en TV-3, con la de tiempo que lleva aprendiéndose palabras raras en catalán para pronunciarlas en ‘prime time’. Eso abre los ojos a cualquiera, no es raro que nuestro Ramon esté que trina contra todos. Denle un carguito, y verán cómo de nuevo predica que la republiqueta está a la vuelta de la esquina y es la solución a todos los males, no de Catalunya sino del mundo. Ni que sea de conserje en un colegio, para que el pobre hombre deje de sentirse un don nadie.

No parece que tal cosa haya de suceder, puesto que a ojos del lacismo, Cotarelo no deja de ser un ñordo. Lo más probable es que acabe de atracción en ese parque temático del lacismo que es Girona, por de pronto ya se ha venido a vivir aquí, pensando en su futuro. Un abuelete que viste y peina como un adolescente –y piensa como tal– puede esperar a la entrada del parque para dar la bienvenida a los niños, como el pato Donald.

En su haber, quedará el haber dicho en público lo que todo el mundo sabía de los líderes lacistas. Lo cual tampoco tiene mucho mérito, porque Cotarelo no es más que un reloj estropeado, y sabido es que estos dan la hora correcta dos veces al día.

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