Vuelve la ley de los talibanes

La ‘realpolitik’ impone su ley en Afganistán

La traición a las afganas que quieren educación y salir de la Edad Media política y social será la primera consecuencia de la retirada estadounidense

Las fuerzas de seguridad afganas protegen un control fronterizo.

Las fuerzas de seguridad afganas protegen un control fronterizo. / Jalil Rezayee / Efe

Alfonso Armada

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Las fotografías llenaban, en primer plano, toda una de las paredes de la exposición. Todas eran demasiado jóvenes para que les rompieran la cara. Pero trataban no tanto de inspirar miedo como respeto. Con los guantes en posición defensiva, estas chicas afganas tendrán que colgar su sueño, esconderlo en el fondo de los armarios, bajo el burka, perder la identidad. Porque la ‘realpolitik’ vuelve a dictar sus reglas y este país que los imperios británico, soviético y estadounidense no pudieron domesticar ni mucho menos controlar volverá a caer en manos de los estudiantes más aplicados de un Corán sin telescopios. Los talibanes prefieren orientar su óptica hacia el pasado. Han vuelto a ganar la partida a toda la parafernalia militar y la retórica democrática e impondrán progresivamente su ley, que no la paz, y lo más probable es que las mujeres afganas perderán lo logrado en estos años de pactos, reparto de poder, equilibrios imposibles. Ni los británicos, ni los rusos, ni los norteamericanos leyeron bien o simplemente leyeron a Alejandro Magno y pensaron que, ellos sí, iban a poder cambiar la realidad geológica y geopolítica, una mentalidad adaptada al terreno y a una versión mineral del islam.

Si antes, mientras era la única corresponsal española en Kabul, era pertinente leer su ‘Afganistán: crónica de una ficción’, ahora que Washington abandona a su suerte a sus aliados, el libro de Mònica Bernabé resulta doblemente lúcido y profético. La ficción deja un rastro de grandes ambiciones rotas, muerte y destrucción. Bernabé arroja luz y lejía sobre los errores cometidos una y otra vez, cómo vuelve a quedar en entredicho la política de intervencionismo occidental para cambiar las cosas mediante la fuerza militar, la diplomacia y el dinero, una estrategia con varias fases: primero George W. Bush, como reacción (con su segundo y catastrófico capítulo en Irak: otro fracaso) a los atentados del 11-S, y luego Barack Obama, Donald Trump (que empezó a cerrar las operaciones), y finalmente Joe Biden, que ha preferido no cantar victoria y poner fin a una quimera. ¿Había otras opciones? 

Seguramente sí, porque la traición a las afganas que quieren educación, salir de la Edad Media política y social, será la primera consecuencia de la retirada. Podían mantener una presencia militar que no arruine lo a pesar de todo logrado. La violencia se extiende, con el éxodo, una vez más, de decenas de miles de civiles. La insurgencia talibán avanza en las provincias de Kandahar, Helmand y Herat, al sur y el oeste, y vuelven a golpear en la capital, donde fue atacada la casa del ministro de Defensa. Mientras tanto, las palabras, de tan viejas y manoseadas, son peor que un sarcasmo. El Consejo de Seguridad, tan escandalosamente ausente de algunos de los más graves conflictos actuales (la ONU parece empeñada en minar todavía más su mermada reputación) expresó su “preocupación” y urgió a los talibanes y al Gobierno a negociar. Kabul busca el apoyo de la fantasmal comunidad internacional en Doha para lograr una “solución política”, y el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, que trata de salvar los muebles, y el presidente afgano, Ashraf Ghani, que trata de salvar la vida, hablan por teléfono y luego difunden un comunicado que es papel mojado antes de llegar a internet con su llamamiento a un acuerdo que, además de ser inclusivo, “respete los derechos de los afganos, incluidas las mujeres y las minorías, y que permita al pueblo afgano tener voz a la hora de elegir a sus líderes”. 

Las boxeadoras formaban parte de la muestra ‘Mujeres. Afganistán’, en la que fotografías de Gervasio Sánchez y palabras de Mònica Bernabé ponían de manifesto que la violencia contra las mujeres era “endémica y estructural, un problema social potenciado por la guerra, la existencia de una impunidad generalizada en el país, la falta de educación, la instrumentalización de la religión y las leyes machistas”. Dividida en seis bloques (el matrimonio forzado e infantil, la fuga, la drogodependencia, el suicidio, los avances legales y la realidad, y las consecuencias de la impunidad y la guerra). ¿Quién seguirá boxeando contra la historia? ¿Quién seguirá hablando de la razón cuando, una vez más, nos olvidemos de la sangre que se tragó el polvo afgano?

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