El desliz

Los negros de España

Los patriotas de salón no celebran los triunfos de los atletas negros que suman podios para su país. El senegalés que defendió a Samuel Luiz ya tiene permiso de residencia

Ana Peleteiro.

Ana Peleteiro. / EFE

Pilar Garcés

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Dicen por ahí que los líderes de la ultraderecha que desde las redes sociales jalean los triunfos de España en los Juegos de Tokio hacen mutis por el foro cuando el atleta que logra podio es negro. No escribiré «de color» para no ofender a la gallega Ana Peleteiro, bronce en triple salto, que con un gran sentido del humor y una retranca espoleada por la felicidad aseguró, medalla en ristre, que de colores somos los blancos, que mutamos más de tonalidad que el sol, y no ella que es negra.

Se les agradece a los habitantes de la caverna la sinceridad. No hay nada peor que hacerse pasar por quien no se es, eso confunde al electorado, que cree que apoya a un partido como otro cualquiera y en realidad se está arrimando al racismo, al machismo, al totalitarismo y a la homofobia. Me encanta pensar en los patriotas de la carcundia sufriendo desde su sofá mientras los deportistas negros defienden la bandera rojigualda de una manera más eficaz y elegante que llevarla cosida en la cinturilla de los gayumbos. Es la genética, amigos, y el tesón y el trabajo. Unos se embolsan suculentos sueldos públicos por escribir cuatro tuits provocadores, unas cuantas mentiras negacionistas y media docena de exabruptos en plenos institucionales (con el aire acondicionado puesto, pues el cambio climático no existe), mientras que otros entrenan duramente y compiten al más alto nivel, con esta calor. 

Negro también es el hombre de origen senegalés Ibrahima Shakur que trató de ayudar al joven Samuel Luiz, asesinado por una turba furiosa hace un mes en A Coruña a la salida de un bar. Según el informe de la policía al levantarse esta semana el secreto del sumario, duró seis minutos la paliza que le propinó un grupo de personas al grito de «¡maricón!», tal y como atestiguó la amiga que iba con él. Parece poco tiempo, pero es mucho. Una eternidad de golpes y patadas a lo largo de 150 metros, usando puños y una botella. Hay seis detenidos de entre 16 y 25 años, tres adultos que están en prisión, dos menores internados en centros y una mujer en libertad con la obligación de declarar ante el juzgado. Se ha sabido que se reunieron tras el crimen para borrar sus huellas y dificultar la investigación, y que uno de ellos robó el teléfono de Samuel. 

La reconstrucción de la brutal agresión al auxiliar de enfermería de 24 años expone que fue atacado sin mediar provocación alguna en dos ocasiones: de la primera le libró Ibrahima cubriéndole con su cuerpo y recibiendo multitud de impactos. De la segunda no le pudo salvar el pescador de 38 años que llegó hace tres a España desde Senegal en patera. Al él mismo le tuvo que rescatar de la manada su amigo Magatte, que también arriesgó su integridad. Ambos actuaron de escudo ante la violencia irracional del grupo, pese a que se exponían al doble peligro del ataque y la evidencia de su condición de sin papeles. Ambos han recibido del Gobierno permisos de residencia y de trabajo, en compensación por su valentía. Para mí sería un orgullo ser su compatriota, un honor que endulzaría en algo el amargo trago de tener que compartir ciudadanía y país con quienes desataron una infernal cacería del hombre, como quien no quiere la cosa. O con quienes alientan la ira y el desprecio por el prójimo y lo venden como un ideario político aceptable.  n

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