Ágape soberanista

Crónicas del exilio en Cala Montgó (2)

La paella de la Rahola es una tradición veraniega como el posado en bikini de la Obregón, el símbolo independentista de que aquí no ha pasado nada

Asistentes a la paella de verano organizada por Pilar Rahola

Asistentes a la paella de verano organizada por Pilar Rahola

Albert Soler

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Se trata de simular que aquí no ha pasado nada, que ni el independentismo está de capa caída, ni muchos de sus líderes andan reconociendo que la vía unilateral es una vía muerta, ni sus palanganeros en la prensa están plegando velas, ni los condenados deben agradecer al Gobierno español su libertad. Nada, aquí no ha pasado nada, pero para escenificarlo debemos encontrar algo que haya resistido sin resquebrajarse los ataques del maléfico Estado español, algo que simbolice que los lacistas no se rinden jamás, algo que demuestre al mundo que Catalunya es una potencia mundial, un estandarte, un gesto heroico al que los fieles puedan agarrarse mientras piensan que menudos semidioses tienen como líderes: la paella de la Rahola.

La paella de la Rahola es una tradición veraniega como el posado en bikini de la Obregón, pero con más kilos, de arroz y de carne, esta última no en la cazuela sino en los cuerpos de los comensales. Como en tantos platos apetitosos, la receta es simple: se toman unos quintales de expresidente fugado, una excolumnista famosa dedicada ahora a perorar sobre las cuitas de Rocío Carrasco y un ‘botiguer’ al que nombraron senador. Sazónese todo con una pizca de vicepresidente ocioso del ‘governet’ (valga la redundancia) para darle un leve sabor institucional. Antes, se habrá preparado un sofrito a base de un par o tres de diputados, es imprescindible alguno que haya cambiado de chaqueta, pasar de Comuns a abrazar la fe lacista aporta al conjunto un punto de picante exquisito. Cocínese a fuego lento. Imprescindible: no olvide publicar la foto de todos sonrientes, es fundamental que los fieles crean que son todos felices ahí, con su paella, su pijería rampante y sus montañitas al fondo, las montañitas hacen país. No hace falta ni que pronuncien “patata”, basta con pensar en quienes creyeron en ustedes y después del engaño les siguen sufragando su vidorra, para que la sonrisa aparezca en su cara como por ensalmo.

Imagino que no fue sencillo, a finales de julio, convencer a una docena de personas para compartir mesa con la Rahola y el Vivales, eso suena más a amenaza que a convite. No debieron ser fáciles las llamadas telefónicas, ese es el sistema utilizado hasta que el Vivales no disponga de un motorista que le realice los mandados, para eso deberá esperar a ser jefe del Estado catalán.

-Pero Carles, es que precisamente este día no me viene muy bien porque…

-¡Es una orden! O eso, o despídete de cualquier cargo.

El caso es aparentar. Aparentar es una de las funciones a las que se ha dedicado desde siempre la burguesía catalana. Hay que aparentar que no pasa nada, que todo va como la seda y que en 18 meses, republiqueta, y cuánta dignidad y no nos rendiremos y pásame el aceite y ñamñam y Matamala, haz el favor, vete a por vino que se ha terminado, y date prisa que tengo sed.

Hay quien, como ágape tradicional del verano catalán, prefería el suquet de Portabella. No es que allí no se reuniera pijería, pero había más inteligencia y sentido común en uno solo de los mejillones que iban a ser engullidos, que sumando a todos los participantes de la paella ‘raholiana’.

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