La nota

Tras escuchar a Pedro Sánchez

España puede tener la medalla de oro en vacunación, pero el clima entre el Gobierno y la oposición recuerda lo del “cero patatero”

Pedro Sánchez, en la Moncloa

Pedro Sánchez, en la Moncloa / DAVID CASTRO

Joan Tapia

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Quizás sea por el reciente cambio de Gobierno, o por las buenas cifras de empleo del trimestre que acababa de comunicar el INE, pero Pedro Sánchez ha comparecido más relajado y menos hierático que otras veces. Y las cifras de fondo son bastante satisfactorias. En especial, como ya escribí el lunes, en vacunación. España, con un 55% de la población vacunada de las dos dosis, es uno de los países líderes. El presidente dijo que teníamos la medalla de oro. Vale, vamos por delante no solo de los Estados Unidos, que a primeros de año parecía imbatible, sino también de la media europea y de Alemania y Francia, los dos grandes países del euro. Otra cosa es Gran Bretaña.

Sánchez reconoció que era un éxito no solo del Gobierno sino de toda la sociedad española y del personal sanitario. Pero se resistió a decir que también de todas las CCAA, incluidas las gobernadas por el PP. Cuando luego criticó -no sin razón- la actitud de los populares ante la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Constitucional no hubiera sobrado un poco más de ecuanimidad.

El presidente también salió pertrechado por el reciente informe del FMI que dice que este año y el que viene España, con un 6,2% y un 5,8%, será uno de los países con mayor crecimiento del PIB. Y aunque estas cifras son algo inferiores a las de la vicepresidenta Calviño, empatar en crecimiento con China en 2022 no estaría nada mal. 

Es cierto, España puede estar orgullosa de que pese a las improvisaciones y rectificaciones -que se han dado en todos los países- tengamos la medalla de oro en vacunación y nuestro PIB vaya a crecer -si las cosas no se tuercen- más que el de otros países. Aunque este mayor crecimiento se debe, en parte, a que también fuimos, por nuestra dependencia del turismo, el más castigado el pasado año. Caímos más y en parte por eso el rebote es mayor. Pero es normal que los gobernantes subrayen la cara positiva de las cosas y en España, país con cierto complejo de inferioridad tapado con frases huecas y altisonantes como la de ser el más antiguo del mundo, tampoco viene mal.

Pedro Sánchez atribuyó estos éxitos a la unidad de la sociedad y de alguna forma debe de ser así. Lo que pasa es que la unidad es totalmente invisible en la realidad diaria. Los ciudadanos, quizás por el cambio de expectativas debido a la crisis de 2008 y rematado por la pandemia, ven la realidad con una lente mucho más amarga y los permanentes choques entre el Gobierno y los dos primeros partidos de la oposición, el PP y Vox, provocan un ensordecedor ruido político y mediático. España no va mal -lo dicen las cifras-, pero el clima político es peor al de la mayoría de los países europeos y solo comparable al de Estados Unidos, donde la mayoría de los electores republicanos creen que la elección de Biden fue fraudulenta.

El presidente atribuyó la culpa de los casi mil días de retraso en la renovación del Consejo del Poder Judicial al PP. Y es cierto que, a Pablo Casado, en este terreno parece no importarle incumplir lo que ordena la Constitución. Pero, ¿todo es culpa de uno? En todo caso la tarea de un presidente no es solo la de gobernar, incluso aunque lo hiciera bien, sino también la de saber lograr alguna entente con el primer partido de la oposición. El diálogo con los agentes sociales es mejor y más productivo, pero el clima político tan crispado, casi de guerra civil verbal, es deleznable.

La España de 2021 quizás merece la medalla de oro en vacunación. También un cero patatero en clima político.   

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