Para que me entienda mi madre
Si Dyangani hubiera sido la nueva directora del Rijksmuseum de Amsterdam, o de la Tate, ¿habría dejado de hablar en inglés u holandés y habría terminado su discurso en la lengua de su madre?
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Josep Maria Fonalleras
Elvira Dyangani Ose, la cordobesa que ha sido nombrada directora del Museu d’Art Contemporani de Barcelona, cuando tomó posesión del nuevo cargo comenzó su parlamento en catalán. Estudió Historia del Arte en Barcelona, trabajó de guía turística de la Ruta del Modernismo y se relacionó con los ambientes artísticos de la ciudad. Esto quiere decir que mantiene con ella una relación intensa y que el reconocimiento del impulso que para Dyangani significó Barcelona siempre ha estado presente en su trayectoria profesional. Ya que sabe catalán, y ya que el Macba es una institución de raíces catalanas, habló en catalán, pues. Al cabo de unos instantes, siguió en castellano. Nada que decir.
La circunstancia que provoca esta reflexión es la explicación que ofreció en el momento del cambio: "Mi madre me está escuchando por 'streaming', y por eso me paso al castellano". Nada que decir, tampoco. En el momento de acceder a un cargo tan importante (y rodeado de tanta polémica), es normal que la persona quiera compartir la felicidad con la familia. Y que la familia la entienda. El problema no es ese. El problema solo se puede calibrar si trasladamos la escena a otra latitud, a otro país. Esta es una práctica infalible, a la hora de entender el porqué de las lenguas y de su representatividad y simbología. Si Dyangani hubiera sido la nueva directora del Rijksmuseum de Amsterdam, por ejemplo, o de la Tate, ¿habría hecho lo mismo? Para que su madre la entendiera, ¿habría dejado de hablar en inglés u holandés y habría terminado su discurso en la lengua de su madre? ¿Lo hizo cuando entró en The Showroom, de Londres? O, si la madre fuera sueca, ¿habría cambiado al sueco en el acto del Macba? Definitivamente, no. ¿Por qué? Porque una cosa es el afecto filial y otra, la normalidad con la que se desarrolla una lengua que es la propia del lugar donde trabajas. Dyangani pudo hablar en castellano (y su madre la pudo entender) porque tenía el derecho y porque el catalán vive en un estado continuo de subordinación. No digo que ella tenga la culpa, Dios me libre. La culpa es del prestigio y del estatus que tiene la lengua. Lo dice Maria Teresa Cabré, actual presidenta de la Sección Filológica del IEC: "Hay que trabajar mucho sobre el prestigio de la lengua; cómo recuperar la idea de que el catalán es una lengua de prestigio". Yo añadiría: no solo de prestigio, sino útil y necesaria. Normal.
¿Normal? Vivimos una época convulsa, llena de zancadillas y de tonterías de mala fe. De renuncias y desprecios. Lo que acaba de decir Pablo Casado sobre el catalán que se habla en Mallorca es un insulto. A la inteligencia, a la academia. Y más: es la expresión burda ("¡Que no habláis catalán, y esta cultura no es apéndice de nadie!") de un pensamiento nacionalista español que excluye la diversidad de las hablas y los pensamientos, que solo admite una visión del mundo, pequeña y rancia, soberbia y enfadada. Y en la que el catalán solo debe servir para expresar el afecto filial en la intimidad del hogar.
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