Juegos Olímpicos

Con Paloma del Río en la cabeza

Cuando la gran comentarista olímpica de gimnasia se convirtió en mi voz en off

Paloma Del Río

Paloma Del Río

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Antes de abrir los ojos, la escucho por primera vez: “Te acabas de dejar dos décimas en esa última vuelta en la cama”. Me llevo las manos a las orejas para comprobar si me dormí, como siempre hago, con algún podcast de historia en los auriculares. Nada. “Ahora abrirás los ojos con mucha fuerza expresiva y corregirás la recepción fuera del colchón”, me aconseja. No hay nadie más en la habitación.

Es definitivo: oigo voces. En concreto, una voz severa pero a la vez cariñosa, de una elegancia sin pompa y una sabiduría libre de presunción, que enuncia y evalúa cada uno de mis movimientos. “Demasiado impulso en esa salida de la ducha, una repulsión algo defectuosa. Es difícil que hoy optes al oro si no encaras el día con otro espíritu”, me dice cuando resbalo para coger el albornoz. 

El caso es que esa voz me suena. Enfilo el día con el ánimo algo encapotado, así que cuando mi niño me pregunta por qué las tortillas son de color amarillo, me informa de que hoy ha dormido con los ojos abiertos y me pide hacer un 'duet' con la sintonía de 'La Patrulla Canina', le contesto que necesito café. En ese mismo instante, escucho: “Sabemos de la dificultad de elementos como este, pero o reflexionas sobre las necesidades de la rutina y el valor de la conexión o te estás jugando el pase a la final”. 

A partir de ese momento, la voz me acompaña en cada gesto. Enuncia la dificultad de cada tarea que arrostro y evalúa mi virtuosismo en la ejecución: “Has sido valiente con la elección de los fideos de trigo sarraceno y audaz con el toque de guindilla”, “Mucha elegancia al servicio de la precisión en ese lanzamiento de cascos de vidrio en el contenedor verde. No bajes el nivel”, “Has clavado esa recepción con una mano en la barra y la otra en la compra después del frenazo del autobús: ¡bravo!” . Cuando en el banco me cobran por la nueva tarjeta, un imbécil asegura en Twitter que lo del 36 no fue un golpe de Estado y luego se me cuela un vecino entre el portal de mi edificio y el ascensor: “Toma aire antes de saltar, Otero”. Y en casa, estoy recogiendo restos de plátano y muñecos de Peppa Pig cuando le doy una patada con el pie descalzo a la jamba de la puerta (meñique roto): “Cabeza alta, Miqui, puntas en extensión hasta la farmacia más cercana”.

La habría puesto a dar las cifras de incidencia del covid y a tranquilizarnos con cada nueva ola, también a cantar las estaciones del metro y el programa de fiestas, pero me conformaré con escucharla en mi cabeza

Mi vida es más fácil. Circulo por mi existencia con una voz en off, con un GPS moral y estilístico, con un narrador omnisciente. Flaubert decía que el escritor debía ser discreto y atento, con corazón y mil ojos: “Pasearse por la historia como un dios mudo ante su creación”. Eso me pasa a mí desde que hoy he escuchado la voz en mi cabeza, que a veces se dedica a hacer algún comentario tangencial: “¿Estás de baja o de alta en autónomos?”, “¿No te pones un poco nervioso los domingos por la tarde?”, “No te preocupes por cada llamada que no has contestado. La culpa, como el orgullo, no puede ser una losa” 

Hace media hora que no escucho la voz, esa paloma mensajera, y ya la echo en falta. Enciendo la televisión y una gimnasta con el maillot azul enjoyado de purpurina borda un salto mortal. “Simón”, pronuncia clarísimamente la voz, aunque ahora suena desde el televisor, “Simone Biles está a otro nivel”. Y por fin lo entiendo. Me podría haber tocado la voz en off de Siri, de José Manuel Soto o de Marine Le Pen. Pero he tenido suerte y me ha sido adjudicada Paloma del Río. La gran comentarista de gimnasia olímpica de Televisión Española, con 15 Juegos narrados a sus espaldas, con esa pertinaz defensa sosegada del encanto y la diferencia (de género, orientación sexual, potencial económico), con ese mimo a lo minoritario (sea el 'curling' o los ejercicios de mazas). Dicen que son sus últimos Juegos Olímpicos, pero seguiremos escuchándola. Algo así como una voz de la conciencia colectiva. Yo la habría puesto a dar las cifras de incidencia del covid y a tranquilizarnos con cada nueva ola, también a cantar las estaciones del metro y el programa de fiestas, pero me conformaré con escucharla en mi cabeza.

La voz que me recuerda vivir con compromiso y elegancia, en este julio raro y olímpico: “No está mal el textito, Miqui, pero tienes el café hirviendo al fuego y a la pequeña con la nariz llena de mocos gritando “papá” por primera vez en su vida”.