¿Quién mató a Ramón Mercader?
El asesino de Trotski murió de cáncer, pero ¿fue un cáncer de fumador empedernido, o uno provocado por algo más, o por alguien? ¿Quién podía tener interés en matarlo?
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
Sabemos a quién asesinó Ramón Mercader, el comunista catalán que hundió un piolet en el cráneo de Trotski. Conocemos los detalles del magnicidio, perpetrado en colaboración con su madre y Leónid Eitingon, el agente soviético que lo reclutó. Algunas biografías publicadas recientemente han atado cabos del recorrido físico y mental que hizo el verdugo, desde la Barcelona de la Guerra Civil hasta la casa de Coyoacán donde vivía Trostki*. Para quienes prefieran la narrativa, la espléndida novela de Leonardo Padura ('El hombre que amaba los perros') permite viajar hasta los últimos y dramáticos días que vivió Mercader en su guarida cubana. Lo sabemos todo sobre él, pero desconocemos exactamente de qué murió. Mejor dicho, qué provocó el cáncer de huesos que lo mató.
Tenemos detalles lúgubres sobre el progreso devastador de la enfermedad. Como los de aquel día en el que daban las siete de la tarde en La Habana y él cogió el despertador para darle cuerda, como hacia siempre a la misma hora, con la meticulosidad que Eitingon había apreciado en él para reclutarlo para una tarea que Stalin consideraba prioritaria. La enfermedad había arruinado hasta tal extremo sus huesos que, cuando intentó enroscar la clavija, se le quebró la muñeca y el reloj se estrelló sobre las baldosas de la vieja casona. Mercader murió de cáncer, pero ¿fue un cáncer de fumador empedernido, o uno provocado por algo más, o por alguien? ¿Quién podía tener interés en matar a Ramón Mercader?
Cuando el NKVD le regaló a Mercader un reloj chapado en oro, Eitingon le advirtió que podía ser para envenenarlo. Su amigo no hizo caso
La posibilidad de que fueran los seguidores de Trotski tiene escaso recorrido. Tras el asesinato de su líder, y el encumbramiento de Stalin durante la guerra mundial, contaban con escasas posibilidades. No pudieron hacer nada mientras Mercader pasó veinte años en la cárcel, protegido por los comunistas mexicanos. Estos dejaron que lo viera incluso Sara Montiel, fascinada por el hombre al que consideraba un héroe, y atraída por su buen ver y una elegancia aprendida en los ambientes de Pedralbes donde habían vivido los Mercader, pero no dejaron que se le acercara nadie con propósitos de venganza. Y no digamos cuando Ramón Mercader salió en libertad y se refugió en Moscú, primero, y en La Habana, después. Podría especularse también con que la dirección del PCE quisiera deshacerse de él, pero Mercader se incorporó a las tareas de los comunistas españoles en Moscú. Mas tarde, cuando Santiago Carrillo entró en conflicto con los líderes soviéticos, pensó qué si el asesino de Trotski publicaba sus memorias, revelando la responsabilidad de Stalin, esto jugaría a su favor. No lo consiguió. Ramón Mercader se negó, fiel a sus ideas pétreas.
Tiene bastante más enjundia pensar que los soviéticos pudieron tener interés en deshacerse de él, tras haberle protegido y condecorado, para evitar que cambiara de opinión y contara la verdad. Es lo que le sugirió al propio Mercader su amigo Leònid Eitingon, agente de Operaciones Especiales del KGB (entonces, NKVD). En el Moscú de los setenta, Mercader y Eitingon compartieron muchas tardes. Ambos habían servido a la URSS, ambos estaban retirados y ambos seguían creyendo en el comunismo. Vivían esta creencia en conflicto con la realidad del estalinismo, que diezmó a la vieja guardia comunista (y encarcelado al propio Eitingon, de origen judío, como muchos agentes). En este contexto, cuando el NKVD le regaló a Mercader un reloj chapado en oro, Eitingon le advirtió que podía ser para envenenarlo. Su amigo no hizo caso. Posteriormente, cuando aparecieron los primeros síntomas de una enfermedad que los médicos no alcanzaban a diagnosticar, Eitingon comentó que el reloj podía ser radioactivo. Conocía mejor que nadie la eficacia de los laboratorios soviéticos, los mismos que, décadas mas tarde, volverían a significarse con los opositores Litvinenko y Navalny o con el presidente de Ucrania. Por haber estado en Estados Unidos, Eitingon conocía también la tragedia de los cientos de trabajadoras norteamericanas que murieron de cáncer, tras manipular relojes que brillaban en la oscuridad. ¿Tenia razón o vio fantasmas donde sólo había un reloj? El piolet está en un Museo del Espionaje de Washington, y Mercader, enterrado en Moscú, ocupa un lugar destacado en el museo del KGB. ¿Dónde está el maldito reloj?
* 'L’home del piolet' (Eduard Puigventós) y 'El cielo prometido' (Gregorio Luri)
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