Eran golpistas, son golpistas
El PP es la tapadera silenciosa de la ofensiva brutal que el 'Deep State' enfurecido y de extrema derecha cocina a fuego lento desde hace tiempo contra Pedro Sánchez, Podemos y todos los que pretenden alguna reforma
Ernest Folch
Editor y periodista
Ernest Folch
No hay nada que ejemplifique mejor el momento exacto en el que se encuentra España que la media sonrisa de Pablo Casado cuando el exministro Ignacio Camuñas proclamaba que “en 1936 no hubo un golpe de estado”. Es la misma media sonrisa que el PP exhibe desde hace años ante las fantasías fascistas de Pío Moa o la violencia verbal de Hermann Tertsch, la misma media sonrisa ante Vox y la extrema derecha y ante los que niegan el golpe del 36, que es la mejor forma de simpatizar con él y con el olvido de la masacre que vino después. La misma media sonrisa ante los escraches paramilitares en la casa de Pablo Iglesias, hasta que no tuvo más remedio que retirarse la política. Y la misma media sonrisa ante la brutal sentencia del Supremo, ante las irregularidades del juicio del ‘procés’ que ya empiezan a asomar por Europa, y ante las salvajadas nepotistas del Tribunal de Cuentas, del que el PP no cuenta que quien lo preside es Manuel Aznar, el hermano mayor del ínclito expresidente, uno de los muchos colocados tras un superdedazo y el correspondiente sueldo de más de 100.000 euros: no es ninguna casualidad que la media sonrisa ante Camuñas la viéramos el mismo día en el que el Tribunal de Cuentas aceleraba su ofensiva enloquecida contra varios exaltos cargos de la Generalitat.
Porque la media sonrisa, que se torció de repente en ira cuando se hicieron públicos los indultos, lo que demuestra es que el PP es la tapadera silenciosa de la ofensiva brutal que el 'Deep State' enfurecido y de extrema derecha cocina a fuego lento desde hace tiempo contra Pedro Sánchez, Podemos y todos los que pretenden alguna reforma. Un 'Deep State' del que forman parte magistrados, altos cargos, expolíticos, medios y, por supuesto, la Iglesia, todos unidos aparentemente bajo la ideología sacrosanta de la unidad patria, pero en realidad con intereses más terrenales: se trata, como en el 36, de matar de un solo tiro a los dos pájaros malditos de la izquierda y la pluralidad nacional, y de paso mantener los privilegios económicos de una casta que a veces se disfraza con la rojigualda solo para mantener la cuenta corriente. Las dos Españas del 36 siguen exactamente igual de vivas, pero con la diferencia de que los que simpatizan o descienden ideológicamente de los que ganaron la guerra quieren volver a ganarla sin pagar ningún coste, ni económico ni moral, por la dictadura que vino después. Si Camuñas se atreve a reescribir la historia delante de Casado y al Tribunal de Cuentas le trae si cuidado que su sentencia salvaje haya sido condenada por 36 premios Nobel (horrorizados antela injusticia que sufre su colega Andreu Mas) es porque se sienten empoderados y protegidos por los sectores cada vez más reaccionarios y radicales de un 'Deep State', capaz de cualquier cosa para proteger sus privilegios. Un cierto independentismo debería dejar de hacer el ridículo poniendo al Gobierno y al PP en el mismo saco, y debería entender que toda esta brutal ofensiva, en el fondo, no va contra ellos sino contra Pedro Sánchez. Pues claro que fueron golpistas. Y son golpistas.
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