Perspectiva histórica

Revisionismo y desmemoria

Resulta intolerable que Casado no mueva ni una ceja ante la negación del golpe de 1936

Exhumar a los muertos de fosas y cunetas no atenta contra la “concordia”, sino que representa su misma base

Casado (centro) y el exministro Rafael Arias Salgado (izquierda) escuchan las palabras del también exministro Ignacio Camuñas, este lunes en un acto del PP en Ávila.

Casado (centro) y el exministro Rafael Arias Salgado (izquierda) escuchan las palabras del también exministro Ignacio Camuñas, este lunes en un acto del PP en Ávila. / Europa Press / Guastavo Serrano

Olga Merino

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Érase que se era un país raro, pobre y encorajinado donde venían medrando los espadones desde el siglo XIX. En la centuria siguiente, un buen puñado de ellos subieron como la espuma gracias a las campañas en África contra los insurgentes rifeños. Sus nombres, que en su día poblaron los callejeros de pueblos y ciudades, permanecen en Wikipedia por si a algún desmemoriado le apetece consultarlos. Una lista nutrida: José Sanjurjo, Gonzalo Queipo de Llano, Enrique Varela, Joaquín Fanjul, Juan Yagüe, Manuel Goded, José Millán-Astray, Camilo Alonso Vega, Alfredo Kindelán, Francisco Franco y Emilio Mola, entre otros. Este último, brillante ajedrecista y a quien apodaron ‘El Prusiano’ en la academia por su concepto de la disciplina, envió un telegrama a un general destinado en Burgos, poco después del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, con el siguiente mensaje en clave: “Imposible poder colocar quesos de Burgos. En Pamplona no gustan”. Se refería a la sublevación. Pero en julio el queso ya estaría maduro, manchego bien curado, para una rebelión orquestada por los militares africanistas, cuyo reconcomio había empezado a fermentar en 1932, cuando Azaña decidió poner coto a su meteórico ascenso en la jerarquía por méritos de guerra.

Viene esta introducción a cuento por las declaraciones el otro día de Ignacio Camuñas, ministro durante la Transición y exalto cargo de Vox, que negaban el golpe de Estado de 1936 y arrojaban las culpas de lo sucedido sobre el cadáver de la República. Otra vez arrecia el peligroso oleaje del revisionismo histórico. Bien es cierto que la República no era el paraíso en la Tierra —pistolerismo, broncas monumentales en el Congreso, huelgas—, pero la gente no salió a tomar las calles, sino que hubo una rebelión militar protagonizada por un grupo muy concreto de conspiradores, quienes, al finalizar la guerra, instituyeron un régimen peor, infinitamente peor, cuyas consecuencias marcaron hondamente el país.

Terraplanistas siempre los hubo. Ahí están los cuatro descerebrados que siguen descreyendo del Holocausto y las cámaras de gas. O los ‘illuminati’ aparecidos con la pandemia, los del clan de la lejía. El negacionismo resulta un mecanismo psicológico bastante efectivo para vadear verdades incómodas. Lo grave del asunto, de las declaraciones de Camuñas, fue que las pronunciara delante de Pablo Casado y que este, el líder de una derecha que cabría suponer ponderada, no moviera ni una ceja. No solo eso, Casado ya ha anunciado que, si llega a la Moncloa, derogará la Ley de Memoria Histórica, tanto la descafeinada de Zapatero, como la nueva, sin haberse detenido, por lo que parece, a leer el texto. La anulación de las condenas del franquismo, la extinción de la Fundación Francisco Franco y la exhumación de los muertos enterrados en fosas y cunetas no atentan contra la “concordia” que proclaman, sino que representan la misma base. La democracia se asienta en la verdad y la justicia. ¿Hasta cuándo?