El impacto de las redes sociales

'Influencers': ¿faros o espejos?

Las actitudes cuestan de cambiar, a no ser que ya las lleves contigo. El contenido que vemos acostumbra a ser efectivo cuando nos valida algo que ya pensamos o hacemos

Confiamos más en los ordenadores que en los humanos

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Liliana Arroyo

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Este verano más vale que repasemos, porque como sociedad suspendemos en educación sexoafectiva. La polémica que desataron las declaraciones de Naim Darrechi la semana pasada han sacado a relucir un problema de fondo que va mucho más allá de las redes sociales. Lo común es señalar al 'influencer' en cuestión y demonizar las declaraciones, que en este momento están en manos de la Fiscalía. En este caso, la polémica ha llegado a los titulares de muchos medios pero hay muchos 'Darrechis' acumulando seguidores, lo que ocurre es que nos pasan desapercibidos.

Un paseo rápido por su cuenta sirve para contextualizarle: ahí se ve sobre qué construye su identidad, la relación con su cuerpo, con el de su pareja (también 'influencer'). Encarnan un imaginario muy extendido, mostrando una relación basada en la dominación de él, donde ella aparece como objeto de deseo y posesión. Por suerte, otras voces 'influencers' (entre otros, Ibai Llanos) han mostrado su rechazo absoluto ante las declaraciones y la permisividad de Mostopapi, el entrevistador. Ni se opuso en el momento ni editó el video después.

Tener muchos seguidores no significa tener criterio. En realidad, el concepto 'influencer' nace en los estudios de marketing para referirse a cuentas que son capaces de sintonizar con millones de personas, creando contenidos que les atrapan. Entran entonces en un estado de gracia, el algoritmo les premia dándoles más visibilidad para seguir captando clics. La lucha comercial es feroz, hasta el punto de que se han creado mercados paralelos donde comprar y vender seguidores para atraer a las marcas.

¿En qué medida nos afecta lo que digan los 'influencers'? Pues todavía es pronto para confirmarlo. Varios estudios han visto que pueden influir en el destino vacacional o en compras menores como cosmética, ropa y complementos. Difícilmente nos compraremos un coche solo por haberlo visto en redes. Y las actitudes cuestan de cambiar, a no ser que ya las lleves contigo. Pensemos por ejemplo en el ejercicio físico o la alimentación: ver caras conocidas practicando deporte no nos convertirá en deportistas ni nos harán llevar una vida más sana. El contenido que vemos acostumbra a ser efectivo cuando nos valida algo que ya pensamos o hacemos.

Es decir, que si Darrechi tiene 26 millones de personas que le siguen, es porque, de una forma u otra, refleja algo de ellas. Además, si le siguen y ven sus vídeos de forma habitual, el algoritmo les recomendará contenidos similares, consolidando un paisaje digital donde la cultura del abuso se confunde con carisma mal entendido. Algunas chicas le seguirán y anhelarán tener un Darrechi en su vida. Se fijarán en las que aparecen en sus vídeos y recogerán ideas para imitarlas. Otras chicas, en cambio, nunca seguirán a Darrechi y lo habrán mencionado solo para rechazar sus actitudes horrendas. El algoritmo para estas devolverá anzuelos que seguirán alimentando su perspectiva feminista y el valor del consentimiento. Las redes no reparan en la repercusión social que puedan tener los contenidos que promocionan.

Ante el ruido, hace falta criterio. La mayoría de jóvenes que hoy tienen 19 años (como Darrechi) han crecido sexualmente viendo pornografía. Si en casa y en la escuela se ha hablado de sexo, con suerte se mencionan los anticonceptivos para evitar embarazos y enfermedades de transmisión sexual. La industria pornográfica en cambio les ofrece ejemplos, vivencias y prácticas espectaculares. Lo que ven tiene poco o nada que ver con la realidad, pero no hay nadie ahí para explicar que esa escena es vejatoria o denigrante. Un 87% creen que lo que ahí ven es real. Si nadie les ha enseñado lo importante que es el consentimiento cuando interactuamos con los demás (sea en relaciones sexuales o colgando una foto de alguien sin consultar) es donde confundir el espectáculo con la vida puede convertirse en problema.

Mientras seguimos reclamando que las redes sean un espacio seguro donde crecer y relacionarse, revisemos también cómo acompañamos a peques y adolescentes. La próxima vez que nos hablen de una figura 'influencer', antes de juzgar si tiene más seguidores de los que merece, indaguemos qué les atrae, qué les resuena y dónde encuentran su reflejo. Aprovechemos los episodios polémicos como el de la semana pasada para preguntarles “y a ti qué te parece”. Acompañar sus paseos digitales es tan importante como darles la mano y mirar el semáforo antes de cruzar. Si los 'influencers' son espejos, más vale que seamos faro.

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