La comedia y las mujeres

Una opereta del alma

No me extraña que a mi tío Florencio no le haga gracia ver a una mujer rompiendo el guión que otros intentaron forzar sobre su vida

Florentino Fernández

Florentino Fernández

Mónica Vázquez

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Últimamente me ha dado por hacer un doctorado en vez de decir tonterías en entrevistas como lo haría un cómico desesperado por ser parte de una conversación que le viene tan grande que ni siquiera sabe de lo que está hablando. Habrá quien considere que el doctorado es mejor opción y habrá quien opine que donde esté una chorrada bien dicha, que se quite lo demás. Y habrá quien piense que he perdido el hilo de mi vida embarcándome en tamaña aventura cuando el papel que se me había adjudicado en la imaginación colectiva era el de músico decepcionantemente normal. Sea como fuere, si el autor de este artículo fuese un hombre blanco rondando los 50, esta introducción sería muy distinta. Estamos condicionados a juzgar el contenido por el contenedor, y hemos aprendido a considerar ese tipo de contenedor el más creíble. Nos fiamos automáticamente de que un señor sabe de lo que habla cuando habla y prestamos atención. Pero eso no siempre es cierto, y la que escribe ‘tan solo’ soy yo. Y yo, mujer en mis 30, necesito llevar a mano mis credenciales para no morir aplastada por la rampante mediocridad que se ha adueñado de los agentes mediáticos que canalizan nuestra atención, contaminando el mundo y vistiendo la opresión social de meritocracia.

En su libro ‘El poder de ser vulnerable’, la doctora Brené Brown –académica y escritora estadounidense especializada en sociología y trabajo social– explora los conceptos de la vulnerabilidad, la valentía, la vergüenza y la empatía, desmontando mitos y desbaratando el sistema de opresión y fijación social en el que nos vemos forzados a vivir. Brown habla de cómo la vulnerabilidad es el ingrediente secreto de la existencia humana, el origen de toda emoción y significado, y la puerta a los demás y a uno mismo.

No puedo evitar leer sus conclusiones desde el prisma de la creación artística y, habiendo conocido la industria musical, me es fácil extrapolar lo aprendido a otros escenarios, como el de la comedia. La comedia, como la música, es comunicación viva de la realidad de uno, una opereta del alma, la sinfonía del yo condensada en el ritmo de una canción o el tempo mágico del humor. Es exponerse con guiños de verdad y complicidad. Hay que atreverse a ser vulnerable para poder crear y subirse a un escenario, y también para poder conectar con los demás y disfrutar del espectáculo desde la butaca. Sin vulnerabilidad, no hay arte. Sin el anhelo y la disposición a sentir, no hay emoción ni conexión. Y la comedia es justo eso: una emocionante conexión entre desconocidos, una complicidad contagiosa que te invita a verte en los demás, a reírte de ti mismo en chistes ajenos.

La comedia es una invitación… y es cierto: no todos queremos ir a las mismas fiestas. Pero el hecho de que mi tío Florencio no quiera ir a mi fiesta no la hace peor que su merienda-cena con los colegas para hablar de fútbol y diversas partes de la anatomía femenina: cosas de las que, por supuesto, no tiene ni la más mínima idea. Lo cierto es que mi tío no quiere ser vulnerable, ni conectar con contenidos que no es capaz de predecir y experimentar como perenne protagonista invicto; quiere existir en el eco incesante de su realidad, sin culpa y sin vergüenza. “No lo entiendo”, dice mientras frunce el ceño. “Es que no me hace gracia”. Se levanta y se va porque esas “cosas de mujeres” no tienen nada que ver con él, matando cualquier indicio de empatía, negando la evidencia de que la historia de esa mujer está íntimamente relacionada con la suya por el mero hecho de compartir el contexto igualador del mundo que crió y amarró a ambos.

En la comedia, como en el arte, el creador se expone y crece en su miedo, se hace fuerte en su vulnerabilidad. Pone en palabras la sublime experiencia de su mundo y se alza por encima del miedo a ser juzgado… aunque sea solo un rato. La comedia es liberadora, es un arma, un escudo, una terapia de grupo y una bandera. No me extraña que a mi tío Florencio no le haga gracia ver a una mujer rompiendo el guión que otros intentaron forzar sobre su vida, haciendo comedia de cómo el mundo intentó meterla en una caja a la medida de la mediocridad ajena. Yo, en cambio, me parto de la risa celebrando que no lo consiguieron. Y que no lo conseguirán.