Aceptar al otro

Déjame ser diferente

Existen problemas de seguridad jurídica que pueden provocar las nuevas normas que se avizoran sobre el colectivo LGTBI y que hay que resolver antes de que se promulguen. Pero su objetivo último parece positivo, solo por eso merecen ser tomadas en consideración

Manifestación LGTBI contra la transfobia el día del Orgullo, el pasado día 26 en Barcelona.

Manifestación LGTBI contra la transfobia el día del Orgullo, el pasado día 26 en Barcelona. / Ricard Cugat

Jordi Nieva-Fenoll

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La mayoría de personas parecen estar ubicadas en un colectivo. Aparentemente todo es más fácil así. Unos son de derechas, otros de izquierdas. Unos son “pijos”, otros de la ‘working class’, unos son inmigrantes, otros son nacidos aquí. Unos están o se sienten comprometidos en causas sociales y otros las miran con desprecio como ingenuos efluvios banales. Unos son del Barça, otros del Madrid, unos “del barrio” y otros no. Lo que tienen todos ellos en común es que son gregarios. Hacen exactamente lo mismo que los que son como ellos, y no se separan de la pauta. De hecho, saben que está mal visto actuar como alguien que no pertenece al patrón, y por eso lo siguen, con independencia de lo cómodo o incómodo que les pueda resultar en ocasiones. En realidad, lo cómodo es seguir en Matrix.

Pero hay otras personas que no son gregarias. Gente que con independencia de su origen o extracción social, no es exactamente que vayan contracorriente. No les gustan las etiquetas porque no se sienten cómodos con ninguna. Unos los ven de su extracción social, pero otros no. No son de aquí, pero tampoco exactamente de fuera. No les interesa ni el fútbol, ni las series, ni les encandila un estilo de música determinado, sino que pueden ver hermosura en muchos de ellos. A veces los llaman “equidistantes”, aunque no lo son. No les gusta ser parte de la masa, y de hecho hasta se encuentran mal en una manifestación, o en una discoteca, porque se sienten como en un enjambre: despersonalizados. Son alguien, pero no son nadie porque no se les identifica con ningún grupo.

Habitualmente son odiados o despreciados. En el mejor de los casos son tratados con desdén, y solamente cuando han destacado muchísimo socialmente por alguna razón, con frecuencia estúpida en el fondo, entonces todos los grupos se acercan a ellos intentando asimilarles en formas de hablar, ropa que vestir, restaurantes que visitar u opiniones que expresar. Es una labor lenta, pero suele dar resultado. Al final, el sujeto se despersonaliza y pasa a buscar tarde o temprano la seguridad de uno de esos grupos, el que eventualmente le haya tratado mejor. Con frecuencia se trataba de un sector que a él nunca le gustó, pero experimentando el afecto constante de los “vecinos”, siente que es alguien allí y que por primera vez posee amigos en los que parece que puede confiar.

A menudo me he preguntado de dónde provienen estos intentos de asimilación. Se observan con frecuencia en la cultura humana. A veces son puntuales o pacíficos, y con frecuencia muy violentos. La tendencia de aceptar al diferente parece bastante más reciente de lo que probablemente cualquiera estaría dispuesto a asumir, y nunca acaba de materializarse en realidad. En el fondo, se acepta al distinto cuando el grupo identifica en algunas de sus reacciones algo que les resulta familiar. En realidad, muchas veces se propician situaciones de violencia de distinta intensidad con el extraño, a fin de que el sujeto –como en muchos ritos iniciáticos– saque a relucir emociones básicas en las que todo el grupo pueda identificar a un ser humano como ellos, partiendo de esa primera piedra en el camino de la asimilación. Sucede en colegios, establecimientos militares, empresas y cualquier otro tipo de grupo. Hasta que no se produce el conflicto y el sujeto se comporta de la manera esperada, el “problema” seguirá vivo. Persistirá el acoso hasta una posible aniquilación si no llega la deseada “integración”. Pero vuelvo a la cuestión inicial: ¿por qué se comportan así tantos seres humanos? ¿No es más emocionante y constructivo respetar la diferencia y aprender lo mucho que tiene de novedoso, intentando analizarla y buscarle las muchas utilidades que sin duda posee?

Las nuevas normas que se avizoran sobre el colectivo LGTBI son disruptivas, como casi todas las que suponen cambios de tendencias sociales profundas. Existen serios problemas de seguridad jurídica que pueden provocar y que hay que resolver antes de que se promulguen. Pero su objetivo último parece positivo. Se lucha contra el uniformismo. Se inspira el respeto al diferente y se favorece su normalización en el imaginario colectivo. Solo por eso merecen ser tomadas en consideración, antes de que más jaurías intenten impedir el citado objetivo.

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