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Puente español con Cuba

Para que el Gobierno español actúe de enlace entre la isla y la UE conviene dejar al margen actitudes militantes que no contribuyen a rebajar la tensión

Cuba

Cuba / ERNESTO MASTRASCUSA / EFE

El papel desempeñado por los gobiernos de España en su relación con el régimen cubano ha sido el de actuar como puente o enlace con el resto de Europa. Todos los presidentes con apenas diferencias de matiz se han atenido a esa tradición que ha permitido, entre otras cosas, distanciar a la Unión Europea del enfoque estadounidense del dosier cubano. Sin embargo, conforme se prolonga la tensión en la isla, la bronca política en España sube de tono, ruidosamente quejoso el PP con la contención de los ministros socialistas al referirse al modelo cubano y con la retórica de Podemos, por lo demás acorde con las raíces de la formación y recordatoria de la vigencia del bloqueo establecido por Estados Unidos.

Basta acudir a las hemerotecas para dar con episodios tan significativos como el viaje a Cuba de Manuel Fraga y el de Fidel Castro a España, las visitas de José María Aznar y Mariano Rajoy a la isla y la lógica necesidad permanente de preservar las inversiones españolas en la isla presentes y futuras para comprender que más allá o al margen de ideologías, la realpolitik impone sus reglas insoslayables. Los integrantes del Gobierno que, motu proprio o requeridos, han dado su parecer se han atenido al realismo, como lo han hecho los de la Unión Europea, sin olvidarse de reclamar al Gobierno cubano que respete los derechos humanos, la libertad de expresión y la de comunicación.

Es improbable que fuese más útil al apaciguamiento a distancia de la crisis cubana un comportamiento más militante, menos predispuesto a explorar terceras vías para evitar una radicalización del problema. Lo que Cuba tiene ante sí es una triple crisis: de subsistencias, sanitaria y de completa quiebra económica. Encontrar la salida a este laberinto lo es todo menos fácil porque, se quiera reconocer o no, aún hoy una parte significativa de la comunidad cubana sigue al lado del régimen por variadas razones y el Partido Comunista de Cuba (PCC) conserva una capacidad de movilización más que reseñable. Este es el escenario y no otro, y actuar sin tenerlo en cuenta no puede tener otra consecuencia que agravar la calamitosa situación de la población.

No hace falta remontarse demasiado en el tiempo para descubrir cuál es el mejor comportamiento a seguir. El deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba a partir de 2014, durante el segundo mandato de Barack Obama, llevó a los países europeos, en general, y al Gobierno de España, en particular, a saludar el experimento como un ejercicio de realismo político que hizo posible una modesta apertura económica con Raúl Castro al frente de las operaciones. El antecesor de Miguel Díaz-Canel mantuvo el discurso característico del régimen, pero abrió una rendija, facilitada la operación a ojos del PCC y del Ejército por una suerte de legitimación histórica del último de los Castro. El presidente de Cuba en ejercicio está muy lejos de reunir iguales atributos políticos. De ahí que, como ha declarado Nadia Calviño, conviene al momento dejar el debate ideológico para mejor ocasión y abrazar el posibilismo, tantas veces practicado por gobiernos españoles para conservar los puentes con el régimen y, de paso, no empeorar las condiciones de vida de los cubanos.