El desafío independentista

El nuevo Gobierno y la carpeta catalana

Nada invita a pensar que los dos socios del Govern vayan a modificar por el momento su posición respecto al diálogo con el Gobierno central

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ’president’, Pere Aragonès, se dirigen a su reunión en la Moncloa el 29 de junio.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ’president’, Pere Aragonès, se dirigen a su reunión en la Moncloa el 29 de junio. / DAVID CASTRO

Andreu Claret

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El independentismo ha encajado la remodelación del Gobierno de Pedro Sánchez con la misma sorpresa que el resto de fuerzas políticas. O más. No resulta difícil imaginar a Pere Aragonès dedicando el domingo a escrutar indicios que le permitan concluir si las cosas están mejor o peor que antes del rediseño del Gobierno, de acuerdo con la hoja de ruta de Esquerra Republicana. Lejos de estos matices, Carles Puigdemont optó por pasar el domingo en Cortrique, para celebrar la batalla de las Espuelas de Oro en la que los flamencos derrotaron a los franceses y se quedaron con sus estandartes y sus preciadas espuelas. Una manera de decir, por la socorrida vía de los gestos simbólicos, que ningún gobierno del PSOE aportará a la mesa de diálogo nada que convenga considerar.

No solo los independentistas catalanes se preguntan cómo será la relación entre el nuevo Gobierno y la Generalitat. Se lo preguntan también las fuerzas constitucionalistas –por mucho que Inés Arrimadas se haya sumado a la petición de dimisión de Sánchez formulada por el PP y por Vox– y no pocos militantes del PSC, entusiasmados por el nombramiento de la alcaldesa de Gavà, Raquel Sánchez, pero sorprendidos por el nuevo rol de Miquel Iceta como ministro de Cultura y Deportes. El propio Salvador Illa, al que se atribuye cada vez más influencia en el dispositivo puesto en pie por Sánchez para abordar la cuestión catalana, ha tenido que salir al paso de estas dudas asegurando que los socialistas catalanes tienen más influencia que nunca en la política española.

Nada invita a pensar que los dos socios del Govern vayan a modificar por el momento su posición respecto al diálogo con el Gobierno central. Mientras ERC espera señas del nuevo Gobierno que confirmen la apuesta de Sánchez por el diálogo, JxCat resalta que nada bueno cabe esperar de su reconciliación con el PSOE. Como si más cercanía al partido comportara automáticamente más distanciamiento de Catalunya. Resultó significativo que Aragonès, sin renunciar a sus posiciones sobre el diálogo político, haya destacado, en su primera valoración, el papel de la comisión bilateral que se reunirá en un par se semanas y donde se abordarán las infraestructuras y los fondos europeos, temas estrella de la vicepresidenta primera y de algunas de las jóvenes mujeres que se han incorporado al Ejecutivo con más apego a la gestión que a los grandes diseños políticos. En contraste con esta actitud más pragmática de ERC, Laura Borràs ha visto en la remodelación “poca voluntad de resolver el conflicto”. Nada nuevo en quien sostuvo que el Gobierno de Sánchez no es más progresista que el de Mariano Rajoy.  

¿Qué va a ocurrir en la mesa de diálogo que Sánchez y Aragonès se han comprometido a reanudar en septiembre? A corto plazo, nada que escape a lo previsible. Con el presidente de la Generalitat insistiendo en la amnistía y el derecho de autodeterminación, y el del Gobierno de España reiterando que solo cabe imaginar el futuro dentro de la Constitución. Ni el uno ni el otro tienen prisa, porque saben que no hay acuerdo posible hasta que el conflicto se haya desinflamado, y ambos necesitan reforzar posiciones de cara al próximo calendario electoral. Municipales, autonómicas y generales. Aragonès tiene dos años por delante para conseguir que ERC pueda presentar un balance positivo de su actitud pragmática, y para ello necesita al Gobierno central. Sánchez advirtió a la derecha que dispone de 30 meses, para los que necesita los votos de Esquerra. Nada hay más eficaz para urdir pactos sostenibles que este juego cruzado de necesidades, y si fuera por sus dos actores principales puede que permitiera agotar las legislaturas. Sin embargo, ambos estarán sometidos a una férrea vigilancia de la derecha y del independentismo más aguerrido. Con algunos de sus cambios, Sánchez ha intentado blindar el Gobierno frente al acoso desabrido de las tres derechas. Aragonès lo tiene más difícil porque tiene al enemigo en casa. En todo caso, de la capacidad de ambos de sostener esta presión dependerá que la carpeta catalana se vaya llenando de proyectos en curso, o que se vuelva a cerrar, en beneficio de una reanudación estéril del conflicto político.

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