Un teatro emblemático

El Molino, sin más

Si la decisión de salvar el local arranca mi aplauso de inmediato, la nueva denominación me sumerge en un mar de dudas

Fachada de El Molino

Fachada de El Molino / Elisenda Pons

Josep Maria Pou

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El Ayuntamiento de Barcelona ha hecho pública su decisión de comprar El Molino, el mítico local de la avenida del Paral·lel, y la intención de reabrir sus puertas (lleva dos años cerrado) una vez reconvertido en La Casa de las Culturas. Una noticia que dicha así, de sopetón, provoca una doble sorpresa: una, por la alegría de saber asegurada de una vez por todas la continuidad de un lugar tan emblemático, y otra, por el brusco contraste que resulta de oponer al sencillo y familiar “El Molino” un término tan solemne como “La Casa de las Culturas”. La prosopopeya hecha título.

Si la decisión de salvar el local arranca mi aplauso de inmediato (aplauso largo, ovación cerrada), la nueva denominación me sumerge en un mar de dudas. Tantas, que desembocan en pesadilla. Y en ella vengo a imaginar una remodelación en la que, aprovechando el molino y las aspas de la popular fachada, colocan al mismo nivel y en luminoso fluorescente las figuras de Don Quijote y Sancho Panza, aureolados los dos con alguno de los elogios que Cervantes dedicó a Barcelona, lo que vendría a dar algo así como “El Molino, archivo de la cortesía” o “El Molino, en sitio y en belleza único”.

Entiendo, pesadillas aparte, la voluntad que expresa esa nueva denominación, de la que desconozco si es ya definitiva o tan solo una propuesta que aguarda, de momento, en el limbo de las intenciones. Adivino en ella un loable deseo de reivindicar la cultura popular. Y de aprovechar al máximo las posibilidades del local, abriéndolo a nuevas disciplinas y nuevos creadores. Pero, ¿La Casa de las Culturas? Al Molino le basta con perdurar y convertirse, desde esa placita en la que sobrevive desde 1899, en centro neurálgico de un nuevo Paral·lel al que vislumbro como gran polo teatral de la ciudad. 

Imaginen conmigo. Imaginen, subiendo desde el mar hacia el interior, un paseo por el Teatro Apolo, la Sala Apolo, el Teatre Victòria, la Sala Barts, el Molino, la Sala Hiroshima a tocar de mano y el Teatro Condal unos metros más allá, hasta culminar, en ligera cuesta a la izquierda, con las dos salas del Teatre Lliure, las dos del Mercat de les Flors y las desplegadas gradas del anfiteatro Grec. Un complejo teatral de magnitud extraordinaria.  Imaginen todos esos teatros unificados mediante rutas de cómodo acceso, bien diseñadas, bien iluminadas, con atractivos locales de restauración y servicios complementarios.

Y puestos a imaginar, imaginen lo que sería si a la suma de lo dicho, pudiéramos añadir otros dos teatros más: el Arnau, debidamente rehabilitado, y el que podría/debería construirse en el solar que en su día ocupó el Teatro Talía. Dos heridas vergonzantes. Vergonzante el solar, tantos años abandonado, del Talía. Pero más vergonzante el deterioro continuado del Arnau, si se tiene en cuenta que desde 2011 (época del alcalde Hereu) es también propiedad del ayuntamiento. ¿Para cuándo su reforma, la dignificación que merece un local de tanta historia? ¿Para cuando el Paral·lel del siglo XXI?

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