Nómadas y viajantes

La mala costumbre de perder guerras

Soldados del Ejército afgano vigilan un puesto de control en Guzara, en la provincia de Herat, ante el avance de los talibanes.

Soldados del Ejército afgano vigilan un puesto de control en Guzara, en la provincia de Herat, ante el avance de los talibanes. / JALIL AHMAD

Ramón Lobo

Ramón Lobo

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EEUU y sus aliados se han especializado en perder guerras. No es grave porque el relato de los hechos sigue en sus manos. Imponen las palabras: "retirada" en lugar de derrota; "dejar que los afganos dirijan su futuro", en vez de reconocer el abandono. Afganistán forma parte de una costumbre: acudir a liberar países que no han pedido ser liberados, incendiarlos en guerras civiles y salir a la carrera dejando más problemas que soluciones.

Sucedió en Irak, invadido en marzo de 2003 para expulsar al tirano Sadam Husein, que durante un tiempo había estado en nómina de Ronald Reagan. Fue el encargado en los años 80 del siglo XX de guerrear contra el Irán de los ayatolás para evitar su asentamiento. No funcionó.

La Administración Bush acusó a Husein de estar conjurado con Al Qaeda y de tener relación con los atentados del 11-S. El motivo, más allá de la propaganda, era otro: hacerse con el control de los yacimientos de petróleo. La mentira como arma es más vieja que internet.

Atentados y secuestros

Ese Irak invadido se convirtió en escenario de guerras simultáneas con atentados y secuestros. Sobre el tablero, los civiles iraquís (más de 206.000 muertos, según datos de Iraq Body Count Project). Alrededor, los jugadores de postín: EEUU, Rusia, Israel, Irán, Turquía, Arabia Saudí... La conquista provocó el nacimiento de decenas de grupos de fanáticos islámicos que atentaron y atentan en Europa, Asia y África. El principal es el Estado Islámico (EI), que proclamó un califato en amplias zonas de Irak y Siria bajo su dominio que atrajo a miles de combatientes extranjeros. El EI, pese a su derrota provisional, es más peligroso que Al Qaeda.

La primavera siria degeneró en pocos días en represión. Es lo que sucede en las dictaduras. Barack Obama descartó una intervención terrestre, prefirió apostar por el Ejercito Libre de Siria (ELS), un grupo rebelde compuesto por opositores y militares contrarios a Bashar el Asad. EEUU les apoyó con bombardeos, pero nunca les entregaron armas sofisticadas capaces de tumbar a un régimen bien pertrechado y sin escrúpulos. No se fiaron de su lealtad.

Tanta reserva dejó al ELS fuera de juego, sobrepasado por una pléyade de organizaciones cada cual más violenta. En agosto de 2013, Obama quiso bombardear al régimen sirio en castigo por usar armas químicas contra la población civil, como había prometido. Era una raya roja. No lo hizo porque ya no sabía quiénes eran sus aliados y temía favorecer al EI. 

Si logró derrotar a este grupo en Siria e Irak (por ahora) fue porque EEUU contó con ayuda de Irán, Hezbolá, los chiís de Irak y los kurdos sirios. Fue clave el general iraní Soleimani. El mismo EEUU, pero con Trump de presidente, lo mató en 2020 en una operación con drones cerca de Bagdad. Matar es un eufemismo de asesinar. También abandonó a los kurdos sirios, dejándolos expuestos ante Turquía. ¿Quién se puede fiar de este tipo de aliados?

Empate en Corea

EEUU no gana guerras desde la Segunda Guerra Mundial porque la de Corea acabó en empate con la partición definitiva de la península. De Vietnam salió derrotado por el Vietcong. Sus B-52 no lograron domar a un pueblo acostumbrado a bregar con invasores franceses y chinos.

Ni siquiera salió bien la guerra de Bosnia-Herzegovina, de cuyo inicio se han cumplido 30 años. Occidente envió tropas de paz con casco azul a observar cuando llovían balas y proyectiles en 1992, y tropas de combate en 1995 cuando se acababa de firmar la paz. ¿El mundo al revés? Bill Clinton dejó el asunto en manos de Europa para aparecer como el gran pacificador.

Los Acuerdos de Dayton que acabaron con aquel conflicto fueron una vergüenza. Crearon un país Frankenstein con instituciones maniatadas gobernadas por los mismos partidos étnicos que provocaron el desastre. La paz premió a los victimarios con un 49% del territorio que incluía la soberanía de dos símbolos de la barbarie: Srebrenica, con su genocidio, y Foca, capital de las violaciones de mujeres. No hubo ni justicia poética.

Las guerras que pierden EEUU y sus aliados las pierden sobre todo millones de civiles sin nombre. Quedan las grandes frases, como la de "misión cumplida". ¿De qué han servido los 20 años de ocupación de Afganistán? Quizá para gastar mucha munición y probar armas. Es el precio de una política exterior dominada por los cinco países con asiento fijo y derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Son los que cuidan en teoría de la paz, pero también son los principales fabricantes de armas. La mayor derrota de todas es la victoria de la inmoralidad.