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Quinta ola frente al turismo

Mientras dure la escalada de contagios, el riesgo de que otros países sigan el ejemplo francés y aconsejen no viajar a España amenazará la temporada

Turistas en el Parc Güell

Turistas en el Parc Güell / RICARD CUGAT

La recomendación hecha por el secretario de Estado francés para Asuntos Europeos, Clément Beaune, a sus compatriotas para que eviten España como destino de sus vacaciones a causa del rebrote de la pandemia es una malísima noticia para el sector turístico, con moderadas previsiones de crecimiento para la campaña en curso. La virulencia en la expansión de la mutación delta del virus, singularmente en la población de entre 12 y 29 años, con una tasa de vacunación muy baja, puede traducirse a no mucho tardar en un empeoramiento de las expectativas de un área clave de nuestra economía.

Las previsiones de la Unión Europea conocidas el miércoles, que atribuyen a España un crecimiento del PIB del 6,2% para este año, muy por encima de la media de los Veintisiete, dependen en parte de que el comportamiento del sector turístico sea relativamente dinámico. Pero para que se cumpla tal requisito es preciso que se den las garantías sanitarias mínimas que eviten la proliferación de llamamientos parecidos al de Francia, algo que puede pasar porque es un hecho que, aunque con características distintas a las anteriores, la quinta ola ahí está y es inútil minimizarla. Este tipo de recomendaciones a los ciudadanos puede tener, además, una motivación añadida en la tentación proteccionista de los Estados de mantener su turismo interior, en un momento económico difícil para todos los países.

La mención expresa de Catalunya hecha por Beaune como destino no seguro es especialmente preocupante, habida cuenta de la importancia estival del flujo de franceses con destino a nuestras zonas turísticas. Las cifras de contagio de la última semana son del todo expresivas de un problema que acaso pueda neutralizarse en unas pocas semanas, las suficientes en todo caso para que sufran grave daño las perspectivas de negocio del periodo vacacional por excelencia en Europa. Y que el perjuicio tenga un efecto dominó en el crecimiento del consumo no específicamente turístico, pero que depende de la cifra de visitantes estivales.

Quizá esté en lo cierto la ministra de Sanidad, Carolina Darias, cuando califica de «tremendamente prudente» la decisión de flexibilizar el uso de la mascarilla y la relajación de otras medidas, pero transmitieron a una opinión pública tremendamente cansada por las exigencias de la pandemia –no solo la más joven– la sensación de que se había doblado el cabo de la larga emergencia sanitaria. Algo bastante alejado de la realidad, según se desprende de las noticias que llegan cada día de todas partes, entre ellas la declaración en Japón del estado de emergencia a dos semanas del inicio de los Juegos Olímpicos. Dicho de otra forma: queda un trecho no pequeño por recorrer hasta que hayamos alcanzado la inmunidad de grupo y toda previsión hasta entonces deberá anteponer la prudencia a cualquier otra consideración.

Mientras tanto, la constatación de que las consecuencias de la quinta ola epidémica son sustancialmente diferentes a la de episodios anteriores sirve para tranquilizar a una población psicológicamente fatigada, pero difícilmente convencerá a un número significativo de potenciales visitantes que pueden entender que viajar a España entraña cierto riesgo objetivo, responda o no esto a la realidad. Con el peligro añadido de que cunda el ejemplo francés y se contraiga también la llegada de turistas procedentes de otros países sin que, por lo demás, nuestro turismo interior pueda compensar el parte de daños.