La crisis del covid

Tropezar… ¿cuántas veces?

Sonroja la exaltación de la necesidad del esparcimiento juvenil y el buenismo con el que se han tolerado botellones u actos parecidos. Queriendo salvar la temporada turística, avanzando medidas antes de tiempo, hemos conseguido atraer la atención de Gran Bretaña, que nos sitúa en los países a no visitar, y la de Alemania, que ubica a Catalunya y Cantabria como territorios prohibidos. Resultados fatales de una política sin rumbo

Jóvenes de botellón en la playa de la Barceloneta

Jóvenes de botellón en la playa de la Barceloneta / JORDI OTIX

Josep Oliver Alonso

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Desde el primer día, el control de la epidemia se ha efectuado con la apertura de la actividad con mayor contacto social, regulando su intensidad en función del grado de saturación de la atención hospitalaria. Pero este esquema ha estado plagado de errores.

Ya nos pasó con la nueva normalidad de finales de junio de 2020. Escasamente un mes más tarde, las autoridades francesas advertían que la Catalogne mostraba un riesgo demasiado severo como para permitir la entrada de viajeros. Y así, sin quererlo ni beberlo, se perdió el verano de 2020. Tras el aumento de casos, de nuevo medidas de contención que, con alzas y descensos, solo se levantaron a partir del puente de la Constitución y las fiestas navideñas. Ahí, otra vez, la tensión economía-hospitales se decantó por la primera, con el resultado conocido: en enero y febrero llegó la temida tercera ola que puso contra las cuerdas los hospitales y, en particular, las unidades de críticos. Tras los efectos de nuevas restricciones, la llegada de la Semana Santa permitió una nueva relajación que, con altibajos, nos condujo a la situación de hoy: a pesar de la vacunación, un absolutamente insólito aumento de casos en los jóvenes de 20 a 29 años (¡¡por encima de los 1.500 por 100.000 habitantes!!), que sitúa a Catalunya en pésima posición. Por ello, es hora de efectuar un balance del porqué estamos aquí y cuáles son sus consecuencias. Retengan los puntos siguientes.

Primero. Las autoridades conocían de la mayor capacidad infecciosa de la variante delta: la experiencia británica, un mes por delante de la nuestra, así lo mostraba. Pero las señales que han emitido han ido en el sentido opuesto: apertura de bares, restaurantes y salas de fiesta, relajamiento con la mascarilla y euforia con el avance de la vacunación. Todo está bien en el mejor de los mundos.

Segundo. Ello refleja las presiones de los sectores económicos más afectados por el covid. Totalmente legítimos, aunque claramente erróneos: las decisiones de apertura de estas últimas semanas no han sido las acertadas para sus intereses.

Tercero. La presión de los jóvenes ha sido determinante, directamente con su comportamiento o, indirectamente, a partir del empuje de los que extraen réditos de su actividad recreativa. Y así hemos asistido a un insólito espectáculo mediático según el cual el colectivo menor de 30 años es el que más ha sufrido. Sonroja la exaltación de la necesidad del esparcimiento juvenil y el buenismo con el que se han tolerado botellones u actos parecidos. Sumen la verbena de Sant Joan y tienen el resultado: un descontrol de la situación que da miedo.

Cuarto. Esa postración ante el sufrimiento de los jóvenes, que no niego, acompaña al desprecio hacia el de los mayores. Comparen el de los primeros con el de aquellos en residencias, donde murieron más de 20.000, u otros miles que se enfrentaron a la muerte solos o en hospitales. A más de un comunicador o tertuliano debería caérsele la cara de vergüenza.

Quinto. La dicotomía economía-sanidad es falsa. La sanidad de todos no se ha tenido en cuenta o, simplemente, no se ha podido atender: vean las listas de espera, las reducciones en diagnósticos de cáncer u otras enfermedades o las dificultades para acceder a los CAP, por citar solo unos ejemplos. La dicotomía efectiva ha sido entre economía y hospitalización: los poderes públicos solo se han preocupado de la sanidad cuando el colapso hospitalario amenazaba. Por cierto, dineros haberlos los había: solo teníamos que pedirlos al MEDE de Bruselas. Pero nuestras autoridades no quisieron.

Finalmente, niego la mayor: no es verdad que la política adoptada haya favorecido la actividad. No fue así en el verano de 2020 y todo apunta a que tampoco lo será, por las mismas razones de descontrol epidémico, en el de 2021. Queriendo salvar la temporada turística, avanzando medidas antes de tiempo, hemos conseguido atraer, y no para bien, la atención de Gran Bretaña, que nos sitúa en los países a no visitar, y la de Alemania, que ubica a Catalunya y Cantabria como territorios prohibidos. Resultados fatales de una política sin rumbo.

En la prensa británica se habla ya de la nueva variante, la lamda, que desconcierta a los científicos. Y hay miembros del comité que asesora a su gobierno que consideran la apertura que Johnson pretende como una fábrica de variantes. La verdad es que desearíamos oír voces parecidas aquí. Pero este no es el caso. Aquí, no aprendemos. Y la pandemia no ha terminado.

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