Historia de dos grafitis

¿Y si Banksy tuviera obra en Sabadell?

Como humanos, necesitamos contar historias porque nos ayudan a comprender lo descomunal y lo inconmensurable: la eternidad cabe en un relato y un año luz, en un verso

Banksy Sabadell: cartel publicitario

Banksy Sabadell: cartel publicitario / Pau Arenós

Pau Arenós

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A comienzos de junio, sucedió una noticia discreta enmarcada en el ámbito local: en dos puntos de Sabadell aparecieron grafitis firmados por Banksy, probablemente el artista callejero más famoso del mundo. En ese sentido, “callejero” solo se refiere al lugar del trabajo porque Banksy es una empresa multinacional que opera en el secreto y cuya obra gráfica se puede adquirir por miles de libras, o por millones en las casas de subasta.

Destina una parte de ese dinero, o tal vez todo, al activismo político y social, a invertir en seres humanos: ha financiado, por ejemplo, la reflotación de un barco de rescate en el Mediterráneo, el 'Louise Michel', en el que pintó a una niña (se reversiona constantemente) con chaleco salvavidas y un flotador de color rosa con la forma de un corazón. Esa es la figura representada en Sabadell; una, en un gran cartel publicitario en la entrada sur, la que pasa junto al aeropuerto. La otra, en un lateral del Ayuntamiento, pieza que el consistorio ha decidido no borrar en un intuitivo y astuto por-si-acaso.

¿Y si fuera un Banksy de verdad? Ha pasado un mes y sin noticias del británico. La autentificación corresponde a la Pest Control Office, la oficina de control de plagas, una ironía de la estrella, o de sus agentes, que han elevado las ratas a criaturas estéticas. Por 50-100 libras, escriben, atienden a quien quiera saber si está en posesión de un 'banksy' o de una copia. Si es una falsificación, devuelven el ingreso. Espero que el Ayuntamiento de Sabadell haya gastado esa módica cantidad, tras la derrochona y clientelar 'era Bustos'. Una población bendecida por el profeta del espray recibe un turismo de cámara inquieta.

No parece ser el caso. El cartelón de propaganda, de color amarillo, con la niña estampada y la leyenda 'Tots som inmigrants, tu no?', llevaba impreso en mayúsculas el nombre del enmascarado, tachado por un tal Eme, no así la miniatura del edificio consistorial, con un Banksy inmaculado. La pieza gigantesca sigue en su sitio, con el llamativo fondo de color canario, pero han desaparecido las firmas de Banksy y Eme. O es una obra en movimiento o alguien se ha quejado por la suplantación. 

Los monolitos son un enigma atractivo e inocente (a menos que detrás estén unos cefalópodos interestelares) y si se resolviera solo sería otra historia con un final frustrante

Creo en el acto de fabular y creo en el misterio y en los cuentos junto al fuego, aunque las llamas sean virtuales o imaginarias. Como humanos, necesitamos contar historias porque nos ayudan a comprender lo descomunal y lo inconmensurable: la eternidad cabe en un relato y un año luz, en un verso. El enigma es la trampa que nos absorbe, que nos impulsa a continuar, el anzuelo en el que nos prendemos con gusto.

Hace unos meses se sucedieron los reportajes sobre el descubrimiento de monolitos en distintas ubicaciones del globo, intriga que perdió fuelle hasta el silencio mediático. Existe una web, The Monolith Tracker, que recoge los brotes: los contagios han superado los 300. ¡300 monumentos de metal pulido restallando bajo el sol!

El último, cuando escribo este artículo, corresponde al desierto de Kazajistán. Los distintos artefactos tienen en común la forma, la altura (en torno a los tres metros), aunque a algunos los distinguen las inscripciones, en 'klingon' y en 'mandalorian', lenguas inventadas de las sagas 'Star Trek' y 'Star Wars', es decir, un ejercicio de escapismo pop. Si son de origen extraterrestre, se parece a una bufonada terrícola.

Al principio se atribuyeron al colectivo The Most Famous Artist, porque los vendían en su web por 45.000 dólares: puede que ellos fueran unos de tantos, y los más aprovechados. Algunas figuras han formado parte de operaciones publicitarias o culturales, como la de Celrà; la mayoría continúan siendo un interrogante.

¿Quién comenzó? ¿Es una conspiración o son actuaciones sin más relación entre sí que la de estimular la curiosidad? Me parece un enigma atractivo e inocente (a menos que detrás estén unos cefalópodos interestelares) y si se resolviera solo sería otra historia con un final frustrante.

Lo mismo ocurre con Bansky, ¿y si viviera en Sabadell y saliera por la noche a dejar su reivindicativa y provechosa huella?

De no ser él, ¿quién ha pagado el anuncio publicitario de la Gran Via y por qué? La verdad es que no quiero saberlo. Que el misterio siga y que nos acaricie, suavemente, el cerebro. 

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