Permiso para el tercer hijo

Las chinas se plantan frente al Partido Comunista

La catastrófica política demográfica del PCCh no solo ha dañado la estructura familiar y los valores tradicionales, sino que ha perjudicado el desarrollo de la mujer y fomentado el egoísmo con que han crecido las generaciones de hijos únicos

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Georgina Higueras

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Las chinas sufrieron entre 1979 y 2016 la brutalidad de la política del hijo único, que las condenó a todo tipo de vejaciones por los funcionarios encargados del control de natalidad e incluso muchas padecieron el maltrato del marido y la familia política por no dar a luz un varón. Cuando hace seis años el Gobierno aceptó que tuvieran dos hijos, se enfrentaron a nuevas presiones para que abandonaran el trabajo y se dedicaran a la crianza del segundo vástago. La actual oferta del Partido Comunista Chino (PCCh) de tener tres hijos la reciben cansadas y hartas de que sigan mandando en sus úteros. Las chinas se plantan frente al partido y rechazan tener más descendencia.

La política más radical del PCCh ha sido, sin duda, la del hijo único. El estricto control de natalidad impuesto en aras del despegue económico cambió tanto la estructura familiar como los valores tradicionales confucianos de respeto y obediencia a los mayores. La planificación familiar condenó a las mujeres a esterilizaciones y abortos forzosos. Las rebeldes que llevaron a término sus embarazos dieron a luz hijos que no fueron registrados para evitar las multas y crecieron ocultos a la educación, la sanidad y otros servicios públicos.

La mejora que trató de instaurar el registro de los hijos secretos y el permiso a los matrimonios (no a las madres solteras) de ampliar la familia con un segundo descendiente supuso un nuevo golpe para las chinas. El Gobierno aumentó el permiso de maternidad a 160 días, pero son las empresas las que pagan los sueldos durante la baja, lo que de inmediato colocó en la cuerda floja a las empleadas en edad de tener un segundo embarazo.

Mao Zedong defendió la integración de las mujeres en la sociedad diciendo que “soportan la mitad del cielo”, pero sin ayudas sociales y con una economía en la que el sector privado produce el 70%, la discriminación de las mujeres se ha disparado en los últimos años. Mientras el Estado no asuma las bajas por maternidad y no existan por paternidad, las chinas se verán abocadas a la discriminación en sus trabajos. Además, el rápido envejecimiento de la población lleva desde 2015 a los encargados de planificación familiar a instar a las parejas a tener un segundo vástago y a las mujeres a buscar empleos más acordes con su género y a su responsabilidad en la crianza de la prole.

El Gobierno creyó que autorizar un segundo descendiente provocaría un ‘baby boom’, pero la tasa de natalidad es cada año más baja. En 2019 se situó en 10,48 por cada 1.000 personas y en 2020 apenas nacieron 12 millones de niños. El censo, que según ‘Financial Times’ ha maquillado las cifras, aun registró en 2020 un crecimiento poblacional positivo, pero hace más de cinco años que desciende el número de personas en edad de trabajar.

Los demógrafos critican al Gobierno chino por no tomar medidas más contundentes para paliar la crisis del envejecimiento, entre ellas la liberalización total de los nacimientos. El PCCh la rechaza por dos motivos principales: por temor al alarde de familias numerosas que pueden hacer los ricos (el fallecido magnate de los casinos de Macao, Stanley Ho, tenía 17 hijos de cuatro mujeres) y por temor a que las minorías étnicas (tibetanos, mongoles, uigures, kazajos, huis y otras), a las que se autoriza un hijo más que a la mayoría han (91% de los 1.400 millones de habitantes de la República Popular), disparen su descendencia.

Las chinas urbanitas son las más reacias a escuchar las recomendaciones del PCCh. Su oposición se debe a la enorme competitividad del mercado laboral, junto al alto precio de la vivienda y a los costos exorbitantes de la crianza de los hijos. La ayuda que ofrece el Gobierno –reducción de impuestos y de matrículas de estudio– no están dirigidas a apoyar a las mujeres.

Las migrantes, que dejaron el campo y se fueron a la ciudad a trabajar, tampoco quieren más descendientes. La mayoría se ve obligada a dejar en el pueblo al cuidado de los abuelos al hijo que ya tienen, porque al carecer de registro en la ciudad no tiene derecho a escolarización pública, ni sanidad. 

El éxodo rural trajo también el abandono de la atención a los padres, aunque no solo en el campo se percibe la falta de los valores confucianos. El desamparo de los progenitores es tal que en 2019 el Gobierno central emitió una directiva para atajar la desaparición de la piedad filial e instar a los jóvenes a cuidar de sus mayores.

La catastrófica política demográfica del PCCh no solo ha dañado la estructura familiar y los valores tradicionales, sino que ha perjudicado el desarrollo de la mujer y fomentado el egoísmo con que han crecido las generaciones de hijos únicos. El tercer vástago no es la solución.

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