Tecnología y tercera edad
El día que el MWC esté a prueba de abuelas
Crear espacios para escuchar lo que los mayores tienen que aportar al debate sobre el uso de las nuevas tecnologías también es humanismo digital
Liliana Arroyo
Doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social. ESADE
Liliana Arroyo
Hace unas semanas estuve en un encuentro virtual con un grupo de personas mayores para hablar de su experiencia digital. El optimismo reinaba en la sala y no pude evitar cierta emoción al ver abuelos y abuelas ávidas, usando Zoom con desparpajo después de una pandemia donde el peaje de la desconexión era la soledad. Me contaban que incluso le estaban pillando el truquillo a pagar con el móvil en la panadería y hacer transferencias de dinero a través de “binzus”, como quien envía un mensaje. Me pareció entrañable el nombre versionado, con esa magia de las nomenclaturas libres y aproximadas pero que se entienden por contexto. Y lo importante no es conocer la marca, sino saber que existe, entender cómo funciona y poder usarla. El mundo ha cambiado mucho desde que nacieron, me decían, pero que tienen ganas, motivación y medios para sumarse al carro digital.
Me enamoró sobre todo que en los minutos finales reclamaban que el mundo digital cuente con ellos. Que tienen propuestas para mejorar el manejo de los cacharros y espabilarse sin depender de que alguien les ayude. Comentaban que muchas aplicaciones eran poco accesibles, que no estaban a prueba de ojos, manos y corazones que fueron jóvenes tiempo atrás. Y regañaban, medio en broma medio en serio, que el tiempo pasa para todos, que algún día también seremos mayores y que para entonces nos gustará que las tecnologías del momento también piensen en ‘millenials’ y ‘centennials’ en versión octogenaria. Y cuánta razón tienen.
Me volvían sus voces y sus anhelos mientras seguía en remoto el arranque del Mobile World Congress. La sesión, organizada por la DFS, contó con ponentes brillantes y con trayectorias reconocidas para hablar sobre humanismo digital. Aunque vamos avanzando, nos queda mucho por hacer. Mencionar a todas horas inclusión, justicia y sostenibilidad en abstracto está bien, pero hay que palparlo en lo concreto.
Me preguntaba qué le diría el club de mayores al historiador Yuval Noah Harari cuando afirmaba que lo que hace falta es sabiduría y colaboración internacional para poner todo el potencial al servicio de causas nobles. Harari hablaba también de la importancia de mantener la soberanía sobre nuestras emociones y nuestra consciencia. Seguro que ese club de plata, nacido en posguerra y crecido bajo dictadura, estaría de acuerdo en lo importante que es conservar algunos reductos irremediablemente íntimos, inescrutables y propios.
Les imaginaba aplaudiendo fuerte cuando Renata Ávila, investigadora y activista pro-derechos digitales, explicaba que la tecnología se sigue creando demasiado lejos de las personas y de las comunidades. De hecho, esa retórica de los garajes de innovación queda lejos de la gente corriente. Añadía Renata que las salas de reuniones y de diseño deberían estar llenas de todo tipo de personas, y me imaginaba a tres de las cómplices digitales, las más atrevidas, pidiendo turno para llevar sus propuestas. Y convincentes son, pero hace falta escucharles. Crear espacios para que se oigan sus voces también es humanismo digital.
En cambio, las ponencias siguen en la discusión –necesaria pero abstracta– sobre cuáles son las grandes preguntas. En el caso del MWC, son además una especie de oasis de sensibilidad y ética, en mitad de un despliegue de dispositivos virtuosos. Sintonías de habilidades blandas (‘soft skills’) que se cuelan –pero no permean– el festival del ‘hardware’. Ni tan siquiera a la organización, cuyo ritual previo de registro sigue con la máxima –nada humanista– de cuantos más datos, mejor. Puedes elegir incluso registrarte para entrar por el carril rápido cuando llegues al recinto. Pase prioritario a cambio de dos tandas de reconocimiento facial y el DNI, todo desde móvil. Intenté optar por el acceso normal, el de la cola corriente, pero entonces no garantizaban el registro y podía tardar días. Si la alternativa atractiva implica recabar datos en aras de la conveniencia, es un suspenso en la primera lección de humanismo digital. Si creemos de verdad que esto va de poner las personas en el centro, implica terminar con el despotismo de datos y con la innovación que se hace sin preguntar, sin tener en cuenta las necesidades cotidianas de quien las va a utilizar. La innovación digital que no parte de la empatía y la voluntad de servir difícilmente será inclusiva y justa. El día que el MWC esté asesorado también por las abuelas, habremos avanzado.
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