La mascarilla

Un precario equilibrio

No es fácil saber cuándo avanzar con la nariz tapada y cuándo liberarla, pero nuestras futuras inversiones, económicas y políticas, deberían guiarse por la necesidad de construir un mundo más respirable para todos

¿Y si no debiéramos quitarnos aún la mascarilla? Los peligros de la variante Delta, la más contagiosa

¿Y si no debiéramos quitarnos aún la mascarilla? Los peligros de la variante Delta, la más contagiosa

Mar Calpena

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Que sí, que ya lo sé, que a las columnas de opinión, como a Twitter, una viene a pontificar y a proferir aseveraciones tajantes. Pero a riesgo de que me quiten el carnet de opinadora les confesaré que no tengo una postura tajante o coherente sobre la mascarilla en exteriores. Me la pongo al cruzar el umbral de casa, porque el ascensor es pequeño, y cruzado el umbral de la calle me la quito, la pongo en un estuche, y así sigo hasta que entro en alguna tienda. Pero a partir de ahí ya no hay reglas: si salgo del súper cargada, no me molesto en quitármela, y en general, prefiero errar por exceso de precaución.

Pero mentiría si dijera que la adaptación me ha costado trabajo, porque la verdad es que no, no me siento extraña, ni con la cara vacía. Sí que me he dado cuenta de que he recuperado algo que no sabía que había perdido. La calle ahora vuelve a oler. Me cruzo con aromas, con alguna que otra peste, con olores que no recordaba que estaban ahí: la floristería de la plaza, la puerta de la panadería, algún perfume excesivo… y sí, inevitablemente, también con algún enemigo de la ducha. El espacio cobra una dimensión nueva, más llena; me siento de repente como aquel Jean-Baptiste Grenouille, de profesión perfumista y de vocación asesino de la novela ‘El perfume’. Dicen que la variante Delta del covid ya no tiene como síntoma principal la pérdida del olfato y el gusto, pero es muy posible que, aún sin haber sufrido la enfermedad, todos hayamos perdido algo de la capacidad de percibir olores, igual que la vista se resentía al poderse fijar solo en cuatro paredes, o el tacto se adormecía sin tocar ninguna otra mano. Queda aún un tiempo para que podamos recuperar nuestros sentidos, y quizá esté bien que lo hagamos lentamente para acostumbrarnos de nuevo a este mundo en technicolor y 3D. La vacunación avanza a gran velocidad, pero también lo hacen los contagios, la urgencia económica y el calentamiento del planeta. Hay que moverse, y no siempre es fácil saber cuándo avanzar con la nariz tapada y cuándo liberarla, pero nuestras futuras inversiones, económicas y políticas, deberían guiarse por la necesidad de construir un mundo más limpio, más respirable para todos.