Recuerdo

Mi padre

Después de toda una vida llamando, mi padre recibió la llamada que hacía tres años que estaba esperando: la de Jordi Sànchez como hombre libre

Xavier Folch.

Xavier Folch.

Ernest Folch

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Mi padre es la única persona que he conocido que no llamaba para hablar sino para escuchar. "Hola", decía siempre, sin el nombre. "¿Alguna novedad?", añadía a continuación. Y así conseguía que fuera yo el que siempre tuviera que arrancar la conversación, el que iniciara nuestro repaso diario a la familia, los libros, la política, el Barça y, para contestar su pregunta, cualquier cosa nueva e interesante que hubiera pasado aquel día bajo la capa del cielo. Mi padre te obligaba a diseñar la escaleta, a llevar el peso de la conversación, y ahora al final, a sacar todos los temas, pero era él, con sus silencios, sus puntualizaciones, sus referencias cruzadas (un libro siempre llevaba a otro, una persona a un recuerdo, un gol a otro parecido o mejor del pasado), quien daba todo el sentido a nuestras llamadas.

El teléfono sonaba siempre, dos, tres, cinco veces al día; daba igual con quien estuviera, procuré cogerlo siempre: ver el nombre de mi padre de color rojo en la lista de llamadas lo consideré siempre como una falta, incluso como una traición, a la persona que sin ningún tipo de duda tiene el récord, que difícilmente superará nunca nadie, de haberme llamado más veces en mi vida. Alguna vez que le hice ver la cantidad de veces que me llamaba, me hizo uno de sus enlaces característicos: "Mi madre me llamó siempre al menos una vez al día. No falló nunca". Él, como su madre, tampoco me falló nunca. Porque su principal herramienta para ejercer esta fidelidad, para escuchar a la gente que quería y respetaba, fue el teléfono, que usó siempre en su función original, sin que nunca le interesaran los mensajes y todavía menos estas cosas que llamamos 'apps'. El destino quiso que la tarde antes de morir, cuando empezaba la verbena de Sant Joan, recibiera una llamada que hacía tres años que esperaba: Jordi Sànchez cumplió la promesa que le había hecho y lo llamó nada más llegar a casa, ya como un hombre libre. Después de toda una vida llamando, el teléfono le correspondió. Murió en paz.

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