Pros y contras

Continuidad de la mascarilla

sin mascarilla

sin mascarilla

Josep Maria Fonalleras

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Hago un pequeño, modesto y pedestre trabajo de campo el primer día en que ya no es obligatorio llevar mascarillas por la calle. Lo combino con aportaciones de otros sujetos que me ayudan en la prospección. La hipótesis inicial era que, una vez liberados de la sujeción, la ciudadanía circularía alegremente sin protecciones sanitarias. La realidad trastocó las expectativas. Como el estudio no superaría ningún examen científico, no me atrevo a cifrar en un porcentaje exacto la continuidad de la mascarilla, pero me atrevería a decir que superaba ampliamente el 50%.

¿Por qué? ¿Resulta que nos acostumbramos de tal manera a las prohibiciones que las incorporamos a la vida de cada día como una costumbre más, como la práctica inconsciente de las cosas cotidianas? ¿Tenemos miedo? ¿Somos cautos y previsores? La respuesta más sorprendente (y quizás la más sensata) es la que me dio un amigo: «por pereza». Ahora estaremos todo el día quitando y poniendo mascarillas (cuando entramos o salimos de un tienda, cuando bajamos o subimos las escaleras del metro, cuando se acerca un desconocido) y, ya puestos, nos las dejamos, para no tener que trabajar tanto. No es que seamos insensibles, es que todo nos cansa.

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