BARRACA Y TANGANA

Cosas de abuelos

Con el 5-0 de España crucé la delgada línea que separa el 'no le metemos gol a nadie, qué desastre' al 'estamos marcando demasiados goles, mal asunto, los estamos malgastando'

Luis Enrique observa el Eslovaquia-España sentado en una nevera portátil en La Cartuja.

Luis Enrique observa el Eslovaquia-España sentado en una nevera portátil en La Cartuja. / @SeFutbol

Enrique Ballester

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El otro día me pasó algo que solo había visto pasar en los nichos de población que más envidio: abuelos, niños y personas que no saben nada del fútbol ni quieren saberlo. Estaba viendo un partido de la Eurocopa, uno cualquiera, llegó el tiempo del descanso y enfilé el camino a la nevera. Arramblé un capazo de víveres, volví al sofá con desgana y observé en la tele que marcaban un gol. Me alteré: por un instante pensé que era en directo. Necesité unos segundos para darme cuenta de que era una repetición y ya había visto ese mismo gol un rato antes, hacía justo un momento. Qué bien, pensé, ya me pasan cosas de abuelos.

Ese es el tipo de felicidad que aprecio. Me gusta notar que asoma el verano, no tanto por el verano en sí; no es eso. Me gusta por el detalle, me gusta porque mi vecino de parking cambia de residencia en verano, ya se ha marchado de hecho, y yo ahora me ahorro una maniobra a la hora del aparcamiento. Me gusta ese tipo de premio: me da igual quién vaya a ganar el Tour de Francia, pero suspiro por sentir el sopor de la sobremesa mientras pedalean bajo el zumbido del helicóptero. Me gusta que se cansen ellos de la misma manera que me gusta que abran las discotecas ya casi todo el tiempo, para así quedarme en casa igual, pero porque yo quiero.

Que se pongan una película

Alegre, pero no mucho: la Eurocopa se va a poner demasiado intensa después de la fase de grupos, de estas semanas de liviandad y calentamiento. Por una parte apetece y por otra lo lamento. Con el 5-0 de España crucé la delgada línea que separa el 'no le metemos gol a nadie, qué desastre' al 'estamos marcando demasiados goles, mal asunto, los estamos malgastando y luego los echaremos de menos'. Cuidado con maldecir el aburrimiento. Huyes de él pensando en alcanzar la diversión, pero a menudo en el camino te atrapa el sufrimiento.

Tengo entendido que algunos padres obligan a sus hijos a dejar de ver la tele, a que se muevan un poco. Ojalá yo también, pero en casa ocurre lo contrario. Hay tardes que imploro que se pongan a ver una película o algo, que estoy cansadísimo de jugar, que estoy absolutamente roto. Y eso que íbamos bien con Teo. El verano pasado reformaron la piscina del apartamento con una rampa para abuelos, y era ese su lugar favorito. Íbamos bien con Teo, el niño-abuelo, pero se torció el asunto cuando se hizo del Getafe, que ya os conté aquello, que no es necesario que nos recreemos.

Sin helados

El caso es que del Getafe pasó al rugby, evolución lógica a sus cuatro años, porque encontró ahí un filón, un permiso implícito para pelearse conmigo y con su hermana alterando la calma de la playa. Esta misma semana subió el siguiente peldaño y propuso jugar al rugby sin balón, que ya le sobraba. Teo lo llama rugby sin balón porque no sabe que existe el concepto lucha grecorromana. Se me cuelgan del cuello, usan puños, rodillas y dientes y yo miro al infinito, pienso en la jubilación y aguanto.

A ratos me sorprendo recriminando tanta agresividad, avisando de que se van a hacer daño, preguntando si no se cansan y pidiendo que tengan cuidado, que acabarán llorando. A ratos gritan y discuten y los amenazo con quedarse sin helados. A ratos se van y me tumbo como un cachalote varado, escucho sus carreras, sus jadeos y su entusiasmo, y pienso 'qué bien, ya solo me pasan y digo y hago cosas de abuelos, lo estamos logrando'. Vuelven. Compramos helados.