Cuaderno de verano

Vivir jugando

Aburrirse es parte de la vida, pero no todo el mundo (chico o grande) sirve para tumbarse en la cama y no hacer nada

FIESTA  DE PRIMAVERA EN LA PLAZA SANT JUST   CON CONCURSO DE PINTURA

FIESTA DE PRIMAVERA EN LA PLAZA SANT JUST CON CONCURSO DE PINTURA / GUILLERMO MOLINER

Silvia Cruz Lapeña

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La editorial Blackie Books inventó los cuadernos de verano para adultos. Detrás de la idea y el contenido, una cabeza brillante hace preguntas: la del periodista Daniel López Valle. Su éxito (llevan 10 años) ha provocado que otros sellos se animen a copiarlos. El último es Lonely Planet, el mismo que publica las conocidas guías de viajes, que ha editado para estas vacaciones ‘Cuaderno de Actividades para Mentes Viajeras'. En su portada, también se lee “para adultos” y no sé si es una advertencia, una invitación o un freno porque al verlo, me ha devuelto a mis 12 años, cuando huía de los libros de Barco de Vapor precisamente por eso: porque marcaban una edad recomendada en su portada.

Contestar preguntas o medir tus conocimientos es más parecido a jugar al Trivial que a la lectura. Pero jugar no es cosa de críos ni de adultos. Si cree que es infantil hacer pompas de jabón con 40 años, sepa que son peores las formas que tiene un adulto para canalizar la ausencia de juego en su vida: evitando dar la cara o mintiendo, por ejemplo.

Se nos olvida jugar, por eso la vida nos parece a veces tan grisácea. Haga ahora este test rápido: si hace meses que no nota diferencia entre mirar a su pareja o una maceta, y las historias ajenas le parecen llenas de mágicas casualidades, usted se olvidó de jugar.

De adolescente leí que la fidelidad era un trauma y se lo repetía a mi madre para provocarla incluso cuando ya me había dado cuenta de que la infidelidad era un juego que practican los adultos que se aburren. No es un pecado aunque comporte una mentira, y nunca me he atrevido a censurarla, supongo que porque hay pocas cosas que me causan más tristeza que un adulto que se aburre, que no juega. 

Aburrirse es parte de la vida, pero no todo el mundo (chico o grande) sirve para tumbarse en la cama y no hacer nada. Es difícil saber qué hacer con una misma, a qué dedicarse cuando no hay tareas laborales o domésticas y cómo entretenerse y pasar las horas muertas, tan necesarias, sintiéndose viva.

Jugar es lo contrario a fichar. Y eso me recuerda a William Deresiewicz, que en ‘La muerte del artista' dice que el arte es trabajo y por eso denuncia la precariedad en sus entornos. A nadie se le ocurre decirle al artesano que no cobre la mesa que nos ha construido, pero sí al artista, ser concebido como superior, casi divino, y por tanto incompatible con lo material. Por eso habla de la de veces que son padres, parejas o una herencia los que sostienen al creador y que por eso muchos son hijos de entornos privilegiados en mayor o menor grado.

Tiene razón, pero tampoco son pocos los que se empeñan en su tarea precaria pero creativa porque han hallado una forma de vivir jugando. Han creado una realidad en la que los horarios no importan (unos porque no madrugan, aunque otros doblan jornadas por el mismo precio); donde su materia prima son ideas, palabras o colores; o hablan con desconocidos que les cuentan su vida. Cosas todas que solo hacen los niños… y los adultos que juegan.

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