La senda del diálogo

Volver a empezar

Los indultos nada solucionan, pero al menos han despegado las suelas del barro tras una década en la ciénaga

Pedro Sánchez, a su llegada al Liceu, en Barcelona.

Pedro Sánchez, a su llegada al Liceu, en Barcelona. / AFP / LLUIS GENÉ

Olga Merino

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El solsticio, las hogueras de Sant Joan, los reencuentros y el cava, la eficacia de la vacunación, los paseos al fin sin mascarilla y los presos del 'procés' en sus casas... Las circunstancias parecen haberse confabulado en favor de la alegría o, al menos, de cierto optimismo de ceja levantada. Vino el presidente Pedro Sánchez al Gran Teatre del Liceu a anunciar los indultos, justificándolos en la necesidad de «restituir la convivencia», y aunque no añadió gran cosa, sonó balsámico el discurso, trufado de estudiadas citas de Miquel Martí i Pol y Juan Marsé (la alusión a 'Encerrados con un solo juguete' estuvo un poco más traída por los pelos, pero da igual).

La conferencia podría resumirse en una invitación a «empezar de nuevo», frase que irremediablemente me hizo pensar en la película de José Luis Garci, la que se llevó el Oscar en 1983. El filme, un homenaje a la generación que vio truncada su juventud en los años treinta por el estallido de la guerra civil, cuenta la historia de un escritor en el exilio, profesor en la Universidad de Berkeley (California), que llega a su ciudad natal, Gijón, procedente de Estocolmo, donde acaban de concederle el Nobel. Lo encarnaba Antonio Ferrandis (o sea, Chanquete). Hospedado en el Hotel Asturias, el escritor recibe la llamada del rey Juan Carlos I para felicitarle por el galardón. Y hete aquí que, tras el estreno, se organizó la marimorena porque el humorista Pedro Ruiz imitó la voz del monarca y, como hubo quien creyó que suponía una burla, Garci tuvo que salir a los medios diciendo que no, que todo lo contrario, que se trataba de un gesto de concordia, pues acababa de producirse el golpe del 23-F. Aquí siempre se arman pitotes, y luego, ya ves,el tiempo, el implacable, lo recoloca todo en su justo lugar: Tejero vive su tranquila jubilación en un pueblo de Málaga —hasta hace poco, se dedicaba al cultivo del aguacate— y el emérito sigue en el limbo de Abu Dabi.

Ojalá en esta nueva etapa sonara de fondo la canción de Cole Porter 'Beguin the beguine', con su swing flexible y su elegancia, con sus saxos y clarinetes, pero nadie se llama a engaño: es imposible empezar de cero, como sucede en el filme. Lo mismo pasa con las parejas que se rejuntan—el viejo reproche que aflora a traición— o con la mayonesa cuando se corta, pero hay que intentarlo.¿Arreglan el problema los indultos? No. ¿Ayudan? Sí, y los avalan obispos, empresarios y 'The Financial Times', que no son precisamente cabecillas de los CDR. No se sabe hacia dónde conduce el gesto arriesgado de PSOE y ERC, pero, por lo menos, han despegado las suelas del barro después de más de una década de parálisis en la ciénaga. Con retos de enorme envergadura sobre la mesa (la pandemia, el planeta, la economía global), no es momento de maximalismos de vía estrecha. «Cuando abrí los ojos, el tren ya había pasado», dice la novia de juventud del escritor, Encarna Paso, en uno de las escenas memorables de la película.

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