Mundo de fantasía

El futuro del lacismo es un parque temático

Pronto veremos comercios en los que comprar lazos amarillos, esteladas, camisetas con «Espanya ens roba», postales de la prisión de Lledoners y porras de la Guardia Civil

Los presos independentistas, a su salida de la cárcel de Lledoners

Los presos independentistas, a su salida de la cárcel de Lledoners / RICARD CUGAT

Albert Soler

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Hace unos días, un madrileño me contaba que se apuntó a un viaje a México al poco de la revolución zapatista. Le picaba la curiosidad ver los resultados de aquel alzamiento. Al llegar a Chiapas, se dio cuenta de la triste realidad: todo lo que quedaba de aquello era un inmenso parque temático. En las calles vendían suvenires de la revolución y del subcomandante Marcos, como en Londres venden vajilla de la familia real. Uno puede comprar banderas zapatistas, pasamontañas y pipas de madera como los de Marcos, o camisetas que dicen "Somos el color de la tierra». Las tiendas y negocios llevaban nombres 'ad hoc': Restaurante Zapatista, Hostal Marcos, Cervecería Revolucionaria... No faltaba ni la inefable cuota paritaria, con Souvenirs Comandanta Ramona. Por lo menos tuvieron el detalle de no poner tal nombre a una lavandería.

-En eso quedó la revolución, en una Disneylandia para turistas- comentaba.

-Eso no es nada -respondí-, ¿quieres ver otro parque temático?

Lo llevé a pasear por el Barrio Viejo de mi ciudad, Girona, no en vano considerada la zona cero del lacismo. En los barrios periféricos, donde la gente tiene ocupaciones tan poco patrióticas como levantarse temprano para ir a trabajar, la cosa es distinta, pero el centro de la ciudad es un inmenso parque temático. En eso ha quedado, también, el 'procés'. Lazos amarillos en balcones y farolas, pancartas con eslóganes vacuos, esteladas y llamamientos a una 'republiqueta' que jamás estuvo ni siquiera cercana. Uno entra en la plaza del ayuntamiento, y se halla en la Disneylandia del lacismo; tantas son las banderas, proclamas y lacitos. Solo falta un tipo disfrazado de Puigdemont con quien puedan tomarse fotos los niños, igual que en Disneylandia tienen a uno disfrazado de Mickey. Como en cualquier parque temático que se precie de serlo, el visitante puede creer por unos instantes que aquel mundo de fantasía es real; al fin y al cabo los lacistas son como niños.

En eso ha quedado también esta, ejem, revolución, si es que las clases acomodadas son capaces de hacer revolución alguna. Quizás la hicieron a propósito para poder tener un parque temático. Los catalanes somos capaces de esto y de más, por dinero. A la manera de Chiapas, pronto veremos comercios en los que comprar lazos amarillos, esteladas, camisetas con «Espanya ens roba», postales de la prisión de Lledoners, porras de la Guardia Civil y un juego de mesa que consiste en conseguir un asiento a la ONU para Catalunya. Los comercios tendrán nombres que nos remiten a nuestra revolución: Pensión Vivales, Taberna de la Republiqueta, Bar Los Dieciocho Meses, Souvenirs Presidentorra, Peluquería Romeva y un bufete libre -a los turistas les encantan los bufetes libres- que no puede llamarse de otra forma que Bufete Junqueras.

Para mejorarlo, yo contrataría a los presos, que de alguna forma han de ganarse la vida. Una vez indultados ya no sirven de nada, como no sea para salir en 'FAQS' a decir las socorridas frases de siempre, pero ni siquiera eso puede durar mucho; la televisión devora con rapidez a sus monstruos. Contar en el parque temático lacista con la presencia de Cuixart encaramado a un coche, los siameses Tururull del brazo, el propio Junqueras o -no vayamos a ser menos paritarios que en Chiapas- las Bassa y Forcadell, todos ellos graznando las falsas consignas habituales de «no ens arronsarem», «ho tornarem a fer» y etcétera, va a ser como si en Disneylandia estuviera la auténtica madrastra de Cenicienta.

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