Futuro

El cambio moral

No sirve limitarse a enumerar los males crónicos; es más interesante buscar si hay un camino abierto por delante que puede unir la salida a las crisis climática y juvenil

Los ecologistas aplauden la Ley de Cambio Climático, pero la ven «insuficiente»

Los ecologistas aplauden la Ley de Cambio Climático, pero la ven «insuficiente»

Emilio Trigueros

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La lucha contra el cambio climático se ha convertido ya también en un combate, pacífico, por el cambio moral. Ahora que el calentamiento global se ha incorporado a las conversaciones coloquiales, se ha asumido la dimensión moral que tiene. Pocos piensan que basten para solucionarlo las mismas fuerzas técnicas y económicas que rigen los mercados mundiales, por sí solas. Más aún: la conciencia social del “pacto verde” necesario solo traspasó el umbral de no retorno cuando la dimensión moral, la responsabilidad de las generaciones adultas del presente respecto a niños y jóvenes, se puso en el centro del debate. Y esa conciencia de que hace falta un cambio moral en nuestra jerarquía de valores ha sido un paso decisivo para ponernos en camino de hacer frente a la cuestión climática, de verdad.

Cabe preguntarse en qué medida sería posible que otras crisis de nuestro tiempo se afrontasen también desde un cambio moral. Viene a la mente la crisis social juvenil. Quienes nacieron entre la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa no han conocido apenas más que la “década de la precariedad” que encadenó la crisis financiera, la crisis del euro y el nuevo ciclo de endeudamiento disparado por la tragedia de la pandemia. Dejemos para otro día los análisis técnicos. Primero tenemos que estar convencidos de que una sociedad no puede permitirse derrochar, agostar, esos años de vida del talento en maduración, de la energía y la intensidad. Si no, estamos abocados a ser una sociedad cansada, hastiada, presa a la vez de un absurdo culto a la imagen de la juventud (divino mercado… para las redes sociales) y de unos debates que la dejan de lado, como a menudo dejan de lado confrontar opciones reales, abordar el entendimiento de lo real y de lo necesario, en nombre de conflictos mediáticos sobrevendidos.

No sirve limitarse a enumerar los males crónicos cuya conjunción nos ha conducido hasta aquí. Es más interesante buscar si hay un camino abierto por delante que puede unir la salida a las crisis climática y juvenil. Está en marcha una transformación del sistema energético que tiene que suceder sobre los territorios, y en la que quizás sea menos desequilibrante el impacto de esa globalización financiera que nos inundó de ropa o juguetes baratos. Las inversiones europeas van a lograr una transformación sincronizada de todos los países de la Unión Europea. Puede ser un marco que ayude a restañar heridas sociales; hay cierta demanda de debates de fondo, menos acelerados y sujetos a los intereses de la agenda política. Tiempo de cambio tiene que ser tiempo de plantear, de preguntarse, de indagar, en la naturaleza de ese cambio moral, por más que algunos lo consideren imposible.

Para la tarea de sanar los tejidos de una sociedad dañada, es necesario que esta antes se vea a sí misma como sociedad. Como sociedad, sí, y no (aunque también lo sea) como patria, como naciones o como mercados. Hace falta mirar hacia el pasado y el futuro a la vez. El cambio tecnológico tensa a mirar constantemente hacia adelante, como con miedo de quedar atrás. Y, sin embargo, para poder cambiar más vale ser capaces de aprender, y para estar aprendiendo hay que ser hijos, estar en actitud de hijos, porque sin sentirnos hijos perdemos una esencia humana imprescindible, como escribió María Zambrano.

El cambio moral no será individual. Ese no hace falta. A cuántos profesores, médicos, enfermeras, a cuántos trabajadores que han mantenido en marcha escuelas y hospitales, donde somos más sociedad que en ningún sitio, hemos admirado en este año y medio tan difícil. Lo fundamental para el cambio moral es hacer social lo mejor de ese compromiso de las mejores personas, que son tantas. Y eso tiene que venir de la convicción de que sin suma no hay cambio, de que, en la escala de cualquier profesión, es la suma de trabajo y esfuerzos de muchas personas en una dirección la que transforma, la que hace cosas útiles, nuevas, buenas, la que explora senderos que unen, la que persigue encontrar la razón entre muchos, no quién la tiene. El pasado nunca fue un paraíso sin problemas. La tarea por delante para todos es infinita.