Cocinas fantasma

Desinstalemos

La expansión de este modelo no es neutra, sino que tiene importantes consecuencias para nuestro sistema alimentario y la configuración de nuestras ciudades. Una de ellas, de las más evidentes, es que estas cocinas serán el verdugo de los restaurantes de toda la vida

Construcción de una cocina fantasma, en Barcelona

Construcción de una cocina fantasma, en Barcelona

Javier Guzmán

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Los últimos años estamos viviendo no solo la eclosión, sino la expansión de las cocinas fantasmas y los servicios de “food delivery”, que además han sido propulsados con la llegada de la pandemia.

Ya no se trata solo de un servicio que a va a buscar un menú a un restaurante y lo lleva hasta su casa, sino que van un paso más allá: se trata de la instalación de cocinas propias, con una clara estrategia de integración vertical hacia atrás. Son las llamadas 'dark kitchen' o cocinas fantasma. Para entenderlo, han de imaginarse una nave perdida en un polígono industrial o los bajos de un edificio de viviendas. Las cocinas fantasma son "restaurantes" dedicados por completo a la venta online, sin mesas, sin camareros ni un local bien ubicado, establecimientos que en muchas ocasiones no cumplen la normativa y que pueden llegar a agrupar un gran número de cocinas en un mismo edificio, generando problemas de ruidos, olores, vibraciones, de carga y descarga, de aglomeraciones, etc.

Necesitamos apostar por sistemas alimentarios de dimensión humana, por tanto locales, diversos, capilares, basados en la agricultura local. Un sistema alimentario que permita un mundo rural vivo y un acceso a una alimentación sana y sostenible

Si no, que se lo digan a los vecinos y vecinas que salieron a manifestarse el pasado 8 de mayo convocados por la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM), para denunciar que ya existen varias 'dark kitchen' a pleno rendimiento en barrios como Tetuán, Arganzuela, Chamartín, Centro y Puente de Vallecas. ¿Se imagina vivir encima de una industria así? ¿O que le pongan una cocina al lado del patio del colegio de sus hijos e hijas? Y no se trata solo de una característica típica de la vida “a la madrileña”; en Barcelona ya tenemos varias instaladas, la última esta misma primavera. Se trata de una 'macrococina fantasma' perteneciente a una empresa instalada en el barrio de Sant Gervasi, con capacidad para distribuir 2.000 comidas diarias. La expansión de este modelo no es neutra, sino que tiene importantes consecuencias para nuestro sistema alimentario y la configuración de nuestras ciudades. Una de ellas, de las más evidentes, es que estas cocinas serán el verdugo de los restaurantes de toda la vida. Además, se producirá una concentración todavía mayor de la demanda de alimentos, lo cual quiere decir aumento del poder de las grandes cadenas mayoristas.

Aparte de estos costes, también encontramos costes ocultos, como es el tipo de trabajo que ofrecen. Hasta ahora, ni siquiera los repartidores eran contemplados como trabajadores por cuenta ajena, y aunque lo sean, ¿cuáles son sus condiciones, teniendo en cuenta la naturaleza del trabajo? El pasado mes de mayo moría la segunda persona en este año en un accidente de tráfico. Un repartidor de comida de 51 años, en Madrid.

Es un modelo que va justo en contra de lo que necesitamos. Como ciudadanos y consumidores cada vez somos más los que demandamos un sistema alimentario que no se base en grandes explotaciones bajo invernaderos basados en explotar a miles de inmigrantes, de una distribución basada en el poder omnímodo de grandes mayoristas cuyo negocio es la exportación y emisión de CO2 y en una distribución basada en la explotación de 'riders'.

Necesitamos apostar por sistemas alimentarios de dimensión humana, por tanto locales, diversos, capilares, basados en la agricultura local. Un sistema alimentario que permita un mundo rural vivo y un acceso a una alimentación sana y sostenible. Y es aquí donde deben concentrarse las administraciones públicas y evitar fenómenos como la desaparición o 'gentrificación' de los mercados municipales, la defensa de las cocinas in situ de nuestras escuelas y el apoyo al modelo de restauración tradicional independiente. Una administración que haga cosas y no solo discursos de alimentación “healthy”. Por lo pronto y de manera urgente, los ayuntamientos deben prohibir ya la instalación de este tipo de cocinas en las ciudades.

Pero no nos engañemos, no solo son responsables los políticos. Todo este negocio se basa en una sola cosa, en nuestra comodidad, en la adicción que genera el dar a un botón y tener el menú que se nos ha antojado en menos de 30 minutos. Si no somos capaces de dejar este nuevo hábito, nuestras ciudades no volverán a ser las mismas.

Si queremos una alimentación con derechos, hagamos una cosa: desinstalemos las 'app' de comida a domicilio.