Entender + la construcción europea

El Consejo de Europa | La casa de los derechos humanos

Una resolución de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en la que reclama a España que ponga fin al proceso de extradición de Puigdemont ha puesto esta semana el foco sobre la institución paneuropea más antigua y, paradójicamente, una de las más desconocidas por el gran público

Consejo de Europa en Estrasburgo

Consejo de Europa en Estrasburgo / VINCENT KESSLER

Albert Garrido

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El Consejo de Europa es la más antigua de las instituciones paneuropeas, pero es seguramente la menos conocida por el gran público. Fue fundada en Londres el 5 de mayo de 1949, tiene su sede permanente en Estrasburgo y reúne a 47 estados, representados en la asamblea parlamentaria (324 miembros), el comité de ministros (uno por país) y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). Esta última institución fue creada en 1950 por la Convención Europea de los Derechos Humanos y es la que en mayor medida ha acercado el Consejo a los ciudadanos europeos y le ha procurado una influencia ética a escala europea de la que probablemente nunca disfrutaron ni el comité de ministros ni la asamblea parlamentaria.

No es ninguna exageración afirmar que el Consejo de Europa es la casa de los derechos esenciales, irrenunciables. De hecho, en la primera página de su web, la información está organizada en tres apartados: derechos humanos, democracia y Estado de derecho. Con independencia de las atribuciones originales y del funcionamiento ordinario de la institución, aquello que se proyecta más allá de la sede de Estrasburgo es la incansable tarea de defender la dignidad de los seres humanos en todos los órdenes de la vida.

Poder blando y poder duro

El profesor Martyn Bond recoge en un libro de 2013 el desconocimiento general sobre los cometidos de la institución: “El Consejo de Europa es poco conocido fuera de los círculos políticos, los servidores públicos y los juristas (…) Pero no siempre fue así. Cuando se creó en 1949 fue apreciado por un público más amplio como el necesario 'poder blando' complementario del 'poder duro' de la OTAN, creada unas pocas semanas antes”. Lo cierto es que vio la luz como un instrumento destinado a preservar la paz y las relaciones de buena vecindad entre estados a través de la concertación, pero siempre careció de poder efectivo, aunque nunca dejó de ser un foro prestigiado por su prurito democrático.

Finalmente, algunos de los más relevantes impulsores del Consejo de Europa fueron también los que determinaron con sus decisiones políticas que quedara como una entidad consultiva, con un gran peso moral a través de la labor del TEDH. En general, sus sentencias, dictámenes y resoluciones tienen una gran influencia en el comportamiento y en su caso rectificación de los tribunales supremos nacionales. Al mismo tiempo, la jurisprudencia del TEDH no está exenta de controversia o es objeto de interpretaciones interesadas que la desvirtúan o la politizan. “Nuestro problema es que estamos condenados a ser sujetos políticos sin pretenderlo”, declaró un magistrado al abandonar el tribunal, a mediados de los años 80.

La construcción europea

Nada de esto se previó de antemano en un sentido estricto. Figuras como el francés Robert Schumann y el belga Paul-Henri Spaak no cejaron en su empeño de dotar a Europa de un espacio de debate multilateral, pero los acontecimientos se precipitaron a partir de 1950. Ese año, Schumann propuso la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), que vio la luz en julio de 1952, y Spaak no dejó de vigorizar el Benelux –Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo–, fundado en Londres en septiembre de 1944 para afrontar la reconstrucción de la posguerra. La CECA fue la concreción de la “solidaridad de hecho” reclamada por Schumann y el crisol en el que cristalizó el Tratado de Roma de 1957 que dio vida a la Comunidad Económica Europea (CEE); el Benelux se sumó a la iniciativa desde el primer momento en compañía de Francia, la República Federal de Alemania e Italia.

En el proceso de crecimiento económico –el Mercado Común– y de desarrollo político de la CEE, que se convirtió sucesivamente en la Comunidad Europea y, por último, en la Unión Europea, el Consejo de Europa quedó rezagado. El éxito económico de la CEE y sus sucesoras otorgó al entramado institucional de Bruselas la primacía sobre cualquier otra forma de europeidad reconocible, y hoy la idea de ciudadanía europea descansa en la realidad de la UE por más crisis y disensos que periódicamente la afecten, visto demasiadas veces el Consejo de Europa como un residuo del pasado.

Problemas económicos

Aunque son poco conocidos, los problemas económicos que arrastra la institución contribuyen a agravar la ausencia del Consejo de Europa del imaginario político colectivo. Las deudas de los estados, singularmente de Rusia, complican bastante las cosas hasta el extremo de que el principal problema que hubo de afrontar la secretaria general en ejercicio, la croata Marija Pejcinovic Ruric, cuando tomó posesión en junio de 2019 fue poner en orden las cuentas.

En cierta ocasión, le preguntaron a Jacques Delors, a la sazón presidente de la Comisión Europea, qué papel desempeñaba el Consejo de Europa. “Su existencia es una necesidad cultural. Su función sigue siendo la de ser una referencia del pensamiento europeo”, respondió Delors. Quizá este sea hoy su mayor mérito. 

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