El discurso de Sánchez

Ganar los corazones y las mentes de los catalanes

Solo el tiempo dirá si el presidente del gobierno ha conseguido revertir aquella "desafección" de Catalunya hacia España de la que habló el expresidente José Montilla

Pedro Sánchez, en su conferencia en el Liceu

Pedro Sánchez, en su conferencia en el Liceu / EFE

Andreu Claret

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Aunque habló también para la opinión pública española, que contempla con recelo los indultos a los líderes del 'procés', Pedro Sánchez acudió al Liceu de Barcelona para dirigirse sobre todo a los corazones y las mentes de los catalanes. De todos, pero singularmente de aquellos que no militaban en la causa de la independencia hace 10 años y que se fueron sumando a esta opción tras la decisión del Tribunal Constitucional de recortar el Estatut. Sus palabras estaban destinadas principalmente a los miles de ciudadanos que cortaron los puentes con España tras la actuación policial del 1-O. Solo el tiempo dirá si el presidente del gobierno ha conseguido revertir aquella "desafección" de Catalunya hacia España de la que habló el expresidente José Montilla poco antes de que los acontecimientos se precipitaran. Por el momento, resulta más fácil valorar el impacto de sus palabras en los corazones, dañados por las políticas de Rajoy y por la forma que adoptó el discurso del Rey el 3 de octubre, que en las mentes. En efecto, su intervención estuvo plagada de referencias a las emociones colectivas que han predominado en los últimos años en Catalunya, pero estuvo faltada de propuestas concretas acerca del "nuevo país" en cuya construcción invitó a participar a los catalanes. 

Sánchez habló para una sociedad polarizada y traumatizada. Para unos, por el desprecio que desprendían las políticas del PP, desde la célebre recogida contra el Estatut. Para otros, por el cúmulo de ilegalidades que condujeron a la declaración de independencia. Las reiteradas apelaciones del presidente del Gobierno a la concordia, opuesta a la discordia, el título mismo de su conferencia, 'Reencuentro', contrapuesto a la confrontación, la utilización de conceptos poco habituales en el lenguaje político, como respeto, afecto, sentimientos, y el guiño final ("Catalanes i catalans, us estimem") simétrico del que usó Lluís Companys cuando acudió a la Monumental de Madrid, en 1937, para expresar el apoyo de Catalunya frente a la ofensiva franquista ("Madrileños, Catalunya os ama"), constituyen mensajes destinados al corazón de aquellos catalanes que se han desentendido de España como un proyecto común.

Cuesta más valorar el impacto que pueda tener el ofrecimiento de participar en un "nuevo proyecto de país", por mucho que Sánchez insistiera en que los indultos solo son "un primer paso" para alcanzar este objetivo. Aunque sus palabras contrastan con el lenguaje cuartelero dominante en la derecha española, no basta con tópicos como el de que no se puede concebir España sin Catalunya, ni Catalunya sin España. O la advertencia obvia según la cual "fuera de la Constitución no hay espacio para la política". Se puede comprender que el presidente del Gobierno fuera parco en promesas cuando todavía no se ha reunido la mesa de diálogo con la Generalitat, y cuando la derecha lleva a cabo una ofensiva despiadada contra los indultos, pero para conquistar a los catalanes escépticos, que eran los principales destinatarios de su discurso, Sánchez tendrá que hacer públicas algunas de las ideas que Miquel Iceta le ha dejado en la carpeta de Catalunya. Las reformas legales necesarias para que el centro del tablero político catalán –aquel que va del constitucionalismo dialogante hasta el independentismo pragmático– pueda tomar la iniciativa dejando a los dos lados de este amplio espectro a quienes ven la Constitución o como un arma arrojadiza o como una pared insalvable. 

Entre tanto, las múltiples causas judiciales pendientes, entre las que destacan la actuación del Tribunal de Cuentas, constituyen munición para quienes piensan que los indultos son solo una operación destinada a anticiparse a las críticas del Consejo de Europa y a las decisiones de la Justicia europea. Las dos almas del independentismo han vuelto a discrepar de la valoración de unas medidas de gracia que Oriol Junqueras ha querido presentar como un "triunfo" mientras Carles Puigdemont las ha calificado de "autoindulto" del Estado. Sin embargo, Sánchez no debería engañarse acerca de unas divisiones que desaparecen siempre frente a una actuación de la justicia que no cesa y que constituye otro gran obstáculo para que se abran paso las propuestas que esbozó en el Liceu.

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